domingo, 15 de junio de 2014

Suite Francesa

"La anciana caminaba rápida y silenciosamente por la habitación. 'De nada sirve cerrar los ojos -murmuraba-. Lucile está a punto de arrojarse a los brazos de ese alemán'. (...) Cuando por fin todo dormía en la casa, hacía lo que ella llamaba 'su ronda'. En esas ocasiones no se le escapaba nada. (...) A menudo, oía las notas del piano y la voz, muy baja y muy suave, del alemán, que canturreaba o acompañaba una frase musical. Ese piano... ¿Cómo puede gustarles la música? Cada nota le martilleaba los nervios y le arrancaba un gemido. Antes que eso, prefería sus largas conversaciones, cuyo débil eco conseguía captar asomándose a la ventana, justo encima de la del despacho, que dejaban abierta durante esas hermosas noches de verano. Prefería incluso los silencios que se hacían entre ellos o la risa de Lucile (¡reír, teniendo al marido prisionero! ¡Desvergonzada, mujerzuela, alma vil!). Cualquier cosa era preferible a la música, porque sólo la música es capaz de abolir las diferencias de idioma o costumbres de dos seres humanos y tocar algo indestructible en su interior".
(Suite francesa. Irène Némirovsky. Ediciones Salamandra).

Cada vez que descubro en un libro un pasaje dedicado a la música y al piano, no dejo de sorprenderme por la variedad de definiciones y de los efectos que son capaces de llegar a producir. En este caso, me gusta la idea de pecado, no tan lejana ni ajena.
La escritora demuestra una cultura musical exquisita pues, en unas notas también publicadas, esboza la música de Beethoven que elegiría para el movimiento Adagio de esta Suite, que sería el de la Sonata opus 106, la variación XX de las Diabelli y el Benedictus de la Missa Solemnis.
Además, he descubierto a una mujer de una inteligencia absoluta. La claridad de pensamiento y la precisión con la que describe al género humano, en este caso, durante la invasión alemana de Francia en la Segunda Guerra Mundial, me ha quitado el sueño en no pocas ocasiones. A menudo he sonreído con admiración al leer sus soluciones a situaciones trágicas concretas, como si un Deus ex Machina un poco particular se encargara de repartir justicia. Ése que fue injusto e implacable con ella al no impedir su muerte a los treinta y nueve años de edad en el campo de exterminio nazi de Auschwitz.

"Todos sabemos que el ser humano es complejo, múltiple, contradictorio, que está lleno de sorpresas, pero hace falta una época de guerra o de grandes transformaciones para verlo. Es el espectáculo más apasionante y el más terrible del mundo. El más terrible porque es el más auténtico. Nadie puede presumir de conocer el mar sin haberlo visto en la calma y en la tempestad. Sólo conoce a los hombres y a las mujeres quien los ha visto en una época como ésta. Sólo ése se conoce a sí mismo".
Sin comentarios.

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