domingo, 12 de enero de 2014

Sanlúcar de Barrameda (II)

Sanlúcar tiene para mí mucho más que la sonata que Turina le dedicó. No es éste el sitio para mencionar su manzanilla, los langostinos, las bandejas de pescaíto frito, su playa, los pasteles, los helados y tantas otras delicias. Me refiero a que, ya que voy, aprovecho para satisfacer mis sentidos. Pero son otros los recuerdos que desde hace muchos años van conmigo.
Recién comenzada mi carrera como pianista se fundó la asociación de Juventudes Musicales. Un buen grupo de amantes de la música y de músicos, muy jóvenes y llenos de entusiasmo, querían que en su ciudad estuviera presente la música clásica de una manera estable y continua. Así, poco a poco, comencé a dar mis conciertos dentro de su programación.
No sé si sabré expresar la magia de todo aquello. Para empezar, la sala elegida era el vestíbulo principal del Palacio de los Infantes de Orleans y Borbón, que, antes de ser restaurado para dar cabida al ayuntamiento, conservaba un sabor muy especial. La sonoridad, la luz, el silencio, hasta el aire que se respiraba, eran evocadores.
A esto había que añadir la felicidad reinante propia de la ilusión juvenil, la de todos, la mía como pianista y la de ellos como organizadores. Yo no escatimaba en programas, casi siempre en solitario, aunque cada vez que podía y compartía escenario con algún otro instrumento, allá que íbamos. Reconozco haber disfrutado muchísimo con cada recital ya que nos unía una visión romántica de la práctica de la música. Todo era posible, sólo había que soñarlo y desearlo.
Allí fueron también los primeros conciertos que escuchó mi hija con apenas un año de edad. Beatriz aprovechaba la hora de su cena para entretenerla ya que aguantaba la primera parte sin rechistar, hasta que le crujía el estómago y tenía que sacarla. Pero así se acostumbró a permanecer callada e incluso a gritar un ¡bravo! en medio del silencio que arrancó las carcajadas de todos los asistentes y de su orgulloso padre.
Para añadir otro elemento anímico, fue también en Sanlúcar donde estrené un buen número de las obras que mi amigo Salvador Daza había compuesto. Tampoco te hablan de esto durante la carrera. Cuando tus compañeros entran a formar parte de tu vida musical en forma de compositor o director de orquesta, ves cómo un círculo mágico comienza a vislumbrarse y a cerrarse. No hay palabras para esta experiencia. Quizás uno de los momentos más representativos fue el estreno de su Fantasía para piano y orquesta 'Santa María de Humeros', junto con la Orquesta Filarmónica Nacional de Bielorrusia, dirigida por Víctor Dubrovsky. Cuántos nervios y cuánta emoción. Eso sí, tras todas las actuaciones llegaba la esperada celebración gastronómica. Si los sevillanos siguen invadiendo Sanlúcar año tras año será por algo. 
Así fuimos forjando una amistad que todavía perdura. No sé si puedo decir lo mismo de ninguna otra ciudad porque no es fácil ni frecuente que coincidan tantas circunstancias. Ahí estarán siempre Salvador, Regli, Alfonso, Conchi, José Antonio, Menchu, Hilario, Inmaculada, Beatriz, Pepín, Agustín y muchos más que se fueron incorporando con los años.
A todos ellos, mi gratitud, mi cariño y amistad.    

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