miércoles, 1 de enero de 2014

Gorriones

LA mañana de Santiago está nublada de blanco y gris,
como guardada en algodón. Todos se han ido a misa.
Nos hemos quedado en el jardín los gorriones, Platero
y yo.
  
    ¡Los gorriones! Bajo las redondas nubes, que, a veces,
llueven unas gotas finas, ¡cómo entran y salen en la
enredadera, cómo chillan, cómo se cogen de los picos!
Éste cae sobre una rama, se va y la deja temblando; el
otro se bebe un poquito de cielo en un charquillo del
brocal del pozo; aquél ha saltado al tejadillo del alpende,
lleno de flores casi secas, que al día pardo aviva.
  
¡Benditos pájaros, sin fiesta fija! Con la libre
monotonía de lo nativo, de lo verdadero, nada, a no ser
una dicha vaga, les dicen a ellos las campanas. Contentos,
sin fatales obligaciones, sin esos olimpos ni esos avernos
que extasían o que amedrentan a los pobres hombres esclavos,
sin más moral que la suya, ni más Dios que lo azul, son mis
hermanos, mis dulces hermanos.
  
Viajan sin dinero y sin maletas; mudan de casa cuando se
les antoja; presumen un arroyo, presienten una fronda, y sólo
tienen que abrir sus alas para conseguir la felicidad; no
saben de lunes ni de sábados; se bañan en todas partes, a
cada momento; aman el amor sin nombre, la amada universal.
  
Y cuando las gentes, ¡las pobres gentes!, se van a misa
los domingos, cerrando las puertas, ellos, en un alegre
ejemplo de amor sin rito, se vienen de pronto, con su algarabía
fresca y jovial, al jardín de las casas cerradas, en las que
algún poeta, que ya conocen bien, y algún burrillo tierno -¿te
juntas conmigo?- los contemplan fraternales.
 
(Juan Ramón Jiménez. Platero y Yo. Capítulo LXIII, Gorriones).
 

2 comentarios:

  1. Es extraordinario. Tan sencillo y exquisito al mismo tiempo. Sólo podía ser Juan Ramón Jiménez.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Y lo escribió hace cien años. Casi nada...
      Gracias por comentar.
      Un saludo, Alberto.

      Eliminar