miércoles, 30 de enero de 2013

Memoria RAM

No paro de comentar que cada cual tiene un ritmo de aprendizaje por lo que no se puede igualar en absoluto el momento del resultado. Me explico: si a un grupo de estudiantes se les 'manda' estudiar una misma obra, todos sabemos que será imposible que la memoricen o que la tengan a velocidad a la vez, o simplemente que lleguen a medio tocarla. Cada uno tiene un ritmo propio y esto no tiene por qué ser malo.
Una obra musical no es un artículo de la Constitución que hay que decir de carrerilla sino que requiere una profundización y una asimilación que nos permitan recrear la idea del compositor. Supongo que estamos de acuerdo en esto aunque hay demasiados pianistas que parecen los mecanógrafos del Congreso de los Diputados. Bien, pues es a esto a lo que me refiero, a que unos pueden llegar antes a alcanzar un nivel más que aceptable con dicha interpretación y no por eso quien vaya rezagado ha de sentirse minusvalorado.
¿Quién no ha compartido aula con un monstruito que devoraba partituras a igual velocidad que galletas a la hora de la merienda? Da un poco de rabia contemplar cómo cuando tú estás aún desgranando las notas, anotando digitaciones y enmarcando alteraciones la criatura llega y 'regurgita' la pieza elegida. Ahora bien, todos tienen truco: aunque no lo reconozcan en público, pasan el día completo sentados ante el piano, machacando sin parar. Si al final sumamos las horas, casi seguro que hemos tardado lo mismo pero simplemente repartido de distinta manera. Una semana de ocho horas al día equivalen a dos de cuatro, por ejemplo.
Siempre noté que las prisas que tantos profesores recomiendan por aquello de tener muchísimo repertorio servían de poco. De ahí vienen esas versiones que nos dejan fríos, o esos comentarios de que los virtuosos son muy mecánicos y no dicen nada. La obra musical requiere tiempo, nos guste o no, que lo importante está debajo de las notas. Por eso es recomendable, tras poner en pie una nueva partitura, dejar reposar lo aprendido y retomar más adelante.
Obviamente, genios siempre ha habido y seguirá habiendo. No son tan frecuentes como creemos, pero los hay. Gente con una capacidad de procesar la información a la velocidad de la luz y de un simple vistazo comenzar a recrearla en condiciones, sonando a quien tenga que sonar. Como en todo, estos individuos tienen una aptitud intelectual superior que, si son capaces de enfocarla hacia el piano y, sobre todo, mantenerla en el tiempo, tienen más fácil el lograr algo ya que despuntarán desde el comienzo, dando lugar a que su fama les preceda. Y claro, estos son los alumnos que todos los profesores anhelan, estando demostrado que a estos alumnos no les hace falta ningún profesor. Amarga paradoja.
Pero, en definitiva, nosotros, los mortales más comunes, los que somos legión, sólo tenemos la constancia de la tortuga para llegar a la misma meta: lentos pero seguros. Nuestro procesador puede que sea de 64 Kbytes y nuestra pantalla use todavía el fósforo verde, que en su día sirvieron perfectamente y suponían el futuro. Nuestra cabeza igual, qué más da que sea lenta. Os aseguro que es una cuestión de concepto: aunque parezca que trabaja de una manera pausada lo que está haciendo es procesar continuamente muchos datos a la vez, de manera que, cuando demos el ok (debería decir 'enter'), lo que aparezca como resultado sea una verdadera obra de arte.
 

domingo, 27 de enero de 2013

Estudiante

 Un pianista no hace otra cosa en su vida más que estudiar. A cualquiera que se le diga no se lo cree pues es extendida la suposición de que, alcanzado un nivel, podemos tocarlo todo, así, sin más. Eso me lo han dicho infinidad de veces y doy por hecho que proviene del total desconocimiento del funcionamiento interno de esta carrera.
Hasta muchos años después de haber obtenido el título superior no me atreví a decir que era pianista, y casi siempre le colocaba la muletilla del estudio al lado. Si miras todo lo que queda por delante, todo lo que queda por aprender, cómo reconocer de una manera tajante que se ha terminado el periodo de instrucción.
Me he dado cuenta que no se puede desligar una cosa de la otra, que somos pianistas y estudiantes para siempre, y que no es malo en absoluto. Al contrario, pobre del que crea que ya no necesita estudiar.
De todas formas, sí es importante delimitar con una especie de línea divisoria las etapas. Si seguimos pensando demasiado tiempo que nos falta mucho repertorio puede que la inseguridad o el miedo a dar el siguiente paso nos impida llegar a tocar, al principio en un acto de inmensa honestidad y al poco en un lío mental del que cada vez es más difícil salir. No hay que mezclar. Claramente, durante los años de conservatorio somos pupilos (¿hace falta usar sinónimos para no repetirse?) y trabajamos bajo la supervisión de los profesores. Cuando hasta el conserje se ha cansado de nosotros es hora de tomar las riendas de nuestra profesión (y de nuestra vida) y asumir que, al fin, somos pianistas.
Esto no se acaba nunca y, en activo o no, un pianista siempre que le pregunten usará el verbo estudiar en la primera frase: tengo que estudiar, me voy a estudiar, hoy no he podido estudiar... Si hasta Rubinstein reconocía cuánto le quedaba y poseía un repertorio inmenso. No hace mucho me crucé con una antigua compañera, dedicada a la docencia, que me reconoció que seguía con sus tres horas diarias y, salvo alguna actuación muy secundaria perdida entre la multitud, no es capaz de dar un recital. Parece como si la línea de llegada se alejara en la misma proporción que su avance.
Éste es el peligro, no saber cambiar el chip, quedarnos detrás de la barrera cuando durante muchos años nos hemos dedicado a preparar nuestra alternativa. Y lo peor es que desde esa posición aparentemente segura sólo podemos ver cómo los más lanzados se arriesgan aunque sintamos que estamos más capacitados y dotados que ellos. Bonito comienzo de una larga y duradera frustración.
Lo venimos oyendo por todos lados, que es mejor probar que no quedarse con las ganas, que la vida sólo se vive una vez y hay trenes que pasan para no volver.
Cada uno tiene su ritmo y sus sueños, y no todos tenemos que coincidir en el cuándo, lógicamente, pero sí es triste contemplar cómo de tantas energías que desbordábamos de jóvenes ahora queda un regusto extraño, agridulce por no decir amargo, por ni siquiera haber sido capaces de haberlo intentado. Creo que no existe otra carrera que requiera tanto esfuerzo y tanta dedicación con tan pocos profesionales en activo. Ya lo he dicho muchas veces, que no hace falta llegar a la cumbre, que cada uno se hace la carrera a su medida y lo que realmente importa es llegar a tocar. Si entre todos lográsemos normalizar esta actividad sería como tocar el cielo. Si todos los músicos hiciésemos música seríamos mucho más benévolos con nosotros mismos y no nos castigaríamos en función de unos parámetros artificiales que, para colmo, varían según la época. Aunque fuésemos estudiantes eternos, podríamos decirlo a boca llena, sin complejos, más bien al contrario. Y cada vez que nos excusáramos sonaría mucho mejor: me voy a estudiar, que mañana tengo concierto.

miércoles, 23 de enero de 2013

Sueños

¿Quién no tiene sueños por cumplir... o los ha tenido? Si un día optamos por estudiar piano ya estábamos soñando. Y mientras estudiábamos, ¿qué pensábamos, qué deseábamos, para qué lo hacíamos? Todo lo que nos pasaba por la cabeza eran sueños, idealizaciones, futuribles. Y, ¿qué hicimos?
Cuántas preguntas... En el año 83, con el título calentito bajo el brazo, todos mis sueños se vieron envueltos con papel de estraza a la espera de mejores tiempos. Comencé a trabajar (o, mejor dicho, continué trabajando) pues no había otra. La inercia de tantos años volcados en el piano me impedía frenar y estudiaba sin descanso entre clase y clase, en cada hueco que pillara. Tenía que ampliar repertorio y a la vez tenía que mantenerme (la vida de estudiante tiene grandes ventajas que son visibles sólo con la distancia).
El camino natural, en sueños, era continuar ampliando conocimientos en cualquier conservatorio de reconocido prestigio de cualquier país aventajado y con cualquier profesor renombrado: algo así como tirar un dardo a una diana especializada. Cualquiera servía. Pero había un centro, un país y un nombre que resonaban como un canon perpetuo: Tchaikovsky, Moscú y Bashkirov. Siempre tuve una idea romántica de lo que debía ser la música en ese conservatorio, quizás de una manera inconsciente, pero sólo lo hacía juzgando resultados. Cada vez que alguna orquesta o un solista venía de Moscú o había pasado por ese centro era como vislumbrar un objetivo. Qué voy a decir de los nombres de los pianistas que venían a occidente desde la URSS. Y el profesor, aunque no tuve la ocasión de acudir a uno de sus cursos, era amigo del mío.
La perspectiva que tenía por delante iba en detrimento del piano ya que el grueso de mi horario lo llenaba con clases de solfeo (en las que, por cierto, me lo pasé en grande). Por esa época apareció en mi vida el faro que siempre me ha guiado y, haciendo ella misma de tripas corazón, luchó tenazmente para conseguir que me embarcara en este proyecto: seis años de permanencia en Moscú a pleno rendimiento me daría fuelle para toda la vida. Sólo había un pequeño problema y es que España y la URSS no tenían establecido ningún tipo de cooperación cultural, por lo que la única manera posible era que fueran ellos los que te solicitaran y te becaran todos esos años. Y sólo había una plaza para toda España. Obviamente, se fue todo al traste (no quiero aburriros con los detalles).
Entonces, ¿me quedé sin sueños? Reconozco una gran decepción pero seguí manteniendo los ideales. Dos años después, ya casado y con mi hija en el mundo, me planteé irme (irnos) a la Manhattan en Nueva York, más fácil de conseguir, pero inviable económicamente. En vez de decepcionarme de nuevo, al 'faro' le salieron piernas y me pateó el trasero: la mayor locura de mi vida consistió en dejar la seguridad de un trabajo estable para realizar el sueño último, que no era otro que dedicarme al concertismo. Solo no lo hubiera hecho jamás, necesité mucho estímulo, pero Beatriz es así y no le teme a nada ni a nadie. Ya lo he dicho en varias ocasiones, y eso es estupendo. Y hasta hoy.
Si tenemos sueños (¿cómo no?), vamos a enfocar toda nuestra energía en cumplirlos y, si no pueden ser esos, en reciclarlos y seguir adelante ilusionados, para que nuestro paso por este mundo no esté marcado por las circunstancias sino por nuestros deseos más profundos, los que nos harán sentirnos vivos por habernos salido del camino vallado y señalado.

Nota: La Real Academia de la Lengua define la palabra 'sueño' como cosa que carece de realidad o fundamento, y, en especial, proyecto, deseo, esperanza sin probabilidad de realizarse.
Con perdón por la expresión... ¡y una mierda!


domingo, 20 de enero de 2013

Sin...vergüenza

Salí muy contento el miércoles pasado del encuentro que tuve con los estudiantes de piano del Conservatorio 'Francisco Guerrero' de Sevilla. Cinco horas seguidas, con una breve pausa, sin parar de hablar de esto, de lo nuestro, de la música en general y de la carrera en particular. Si me lo cuentan hace unos años no me lo habría creído. Yo, solo ante el peligro, hablando sin parar. ¡Ver para creer!
En un momento dado comparé a esta nueva generación con la mía (treinta años nos separan, redondeando) y les hice ver cómo ellos tenían a su favor una soltura y una familiaridad en el trato con los adultos que en mis tiempos no existía. Y me gusta hacerles la broma de llamarlos sinvergüenzas, para aclarar inmediatamente que se escribe separado: sin vergüenza. No tienen la misma definición, obviamente, siendo peyorativo si lo decimos 'todo ligado'.
Pero voy a lo serio: no sólo este sentimiento se ha perdido casi en su totalidad, sino que quien pueda tener un poco no es ni comparable al pasado. ¿Y esto es bueno? Por supuesto, es fantástico. Aclaro antes que la vergüenza o la timidez no tienen nada que ver con ser educados, que enseguida nos gusta mezclar conceptos. Las relaciones personales se han vuelto más sencillas porque nos cuesta menos trabajo decir lo que pensamos o sentimos (hablo en general, que ya sé que todavía quedan/quedamos tímidos sueltos). Hasta el contacto físico es ya parte del lenguaje de estas generaciones, algo prácticamente tabú no hace tanto.
¿Dónde quiero ir a parar? Muy sencillo, a trasladar esta falta casi innata de pudor a nuestro querido y omnipresente instrumento. Tocar el piano no deja de ser una manera de comunicarse. En el momento en que tocamos para otros establecemos un canal de comunicación, buscado tanto por el intérprete como por el oyente. De ahí las expresiones me ha emocionado o me ha dejado frío, no me ha dicho nada. Si los tiempos tienen cambios, porque se ha evolucionado, hay que ser consciente del potencial y aprovecharlo.
La gran mayoría de pianistas que no toca es por este profundo y arraigado sentimiento de vergüenza, mezclado con el miedo, la inseguridad y otros tantos elementos añadidos en una educación bastante castradora. Puestos así, quién se va a atrever a exponerse encima de un escenario para que le juzguen (si nos contaran las cosas tan claritas durante la larga carrera, la vida podría ser maravillosa). ¿Sabéis que lo normal es que no nos juzguen, sino más bien lo contrario, que nos animen, que nos alaben, que nos aplaudan? Entonces, ¿por qué no aprovechar esta nueva situación para animarnos a dar conciertos? ¿Por qué no aprovechamos para quitar hierro? ¿Por qué no aprovechamos para, de una vez por todas, perder el miedo no sólo a tocar sino a vivir?
Mi querida Beatriz fue la primera persona que me hizo ver la necesidad de vivir sin miedo. Ella no le teme a nada ni a nadie: ¿por qué?, ¿para qué? ¿Quién tiene derecho alguno sobre nosotros? ¿Quién es más que nosotros? La vida está toda entera a nuestra disposición y si hemos elegido pasarla junto a un piano, qué menos que lo hagamos disfrutando y no sufriendo.

Así que, adelante y mucho ánimo, sin...vergüenzas.

miércoles, 16 de enero de 2013

Primer cumpleaños

Justo el 16 de enero de 2012 comencé a escribir para el blog. Un añito. Y esta tarde lo voy a celebrar dándole todo el sentido: realizando una Master Class o Seminario en el Conservatorio Francisco Guerrero de Sevilla en torno al tema del concertismo.
Creo que hay entradas para todos los gustos, desde las sesudas a las frívolas, las divertidas a las pesarosas, las privadas a las comunes, las musicales y las de la vida... Muchas veces se mezclan y no me paro a corregir ya que me gusta teclear enlazando las ideas para ser sincero y no hacer trampas. Todo lo expresado tiene detrás muchos años dedicados al piano y por eso sé que coincido con otras muchas historias personales. Esto no es tan raro como pueda parecer desde fuera.
Mi propósito primero fue que, al compartir todas estas vivencias, los que comienzan a recorrer este pedregoso camino pudieran tener un pequeño manual que avisara de ciertos peligros, así como de no pasar por alto todo lo mucho de bueno que tiene. Si importante es no cometer determinados errores que nos pueden llevar a la desesperación, o a la frustración, mucho más lo es el saber disfrutar de los muchos momentos placenteros que proporciona el piano. Parece obvio, pero sabemos que metemos la cabeza en las dificultades y nos regodeamos en nuestra desgracia. Son justamente las alegrías las que deben guiarnos para que su suma de sentido a nuestro esfuerzo y el aliciente sea eterno.
Cuánta energía desperdiciada, cuántos miedos, cuántas dudas, cuántas oportunidades perdidas... Eso se tiene que acabar. Si tenemos claras las ideas y tomamos las riendas para seguir nuestro camino, creo que nadie podrá tumbarnos. Y de eso se trata, como todo en la vida, que podamos realizar nuestros sueños y que cuando miremos atrás nos sintamos orgullosos de lo conseguido. Es nuestra vida, es nuestra decisión.
Nadie pensará que ser concertista es fácil, por supuesto que no, pero es que tampoco es imposible y parece que ésta es la idea más extendida. Si alguien se dedica al piano es porque es inteligente y ha de usar toda la materia gris para poner en claro los conceptos y luchar por un objetivo claro. Simplemente se trata de optimizar nuestros recursos. Lo de echarle horas, a fin de cuentas, es lo más fácil. Lo de usar el cerebro es un propósito. Esto se puede aprender y nunca es tarde. Yo tengo la suerte de tener a Beatriz que mira por mí en todo momento y cuida de que los fantasmas del pasado se mantengan a raya.
Quiero aprovechar para agradecer los numerosos comentarios y correos privados que he recibido. Es gratificante saber que cada entrada tiene eco en tantos corazones. Pienso seguir escribiendo pues el año ha pasado volando y todavía quiero decir algunas cosas más, si no más alto, sí más claro. La palabra sufrimiento debe desligarse para siempre del piano y, por supuesto, aquellos que nos lo infligen deben ser apartados del noble oficio de enseñar. Siempre lo repito: somos material sensible, así que, queremos 'mimitos'.
Gracias a todos.

domingo, 13 de enero de 2013

Éxtasis

"Estado del alma enteramente embargada por un intenso sentimiento de admiración, alegría, etc."
Las calles del centro de Sevilla estaban en plena efervescencia debido a las famosas rebajas tras el periodo navideño. A descambiar que se ha dicho. Mi intención era pasear entre el bullicio para, a base de ruido, entretenerme sin más y dejar de pensar. Pero los empujones y la observación del ansia consumista dan para un rato, así que mi otro yo propuso una visita al Museo de Bellas Artes. Gloria bendita.
En total podría haber unos diez visitantes, repartidos por las distintas salas. Nosotros íbamos a tiro hecho, aunque nos desviamos para conocer la exposición temporal dedicada al sevillano José García Ramos, pintor, dibujante, ilustrador y cartelista, de raíz romántica y plenamente costumbrista. Otro desconocido (para mí) de tantos, con una calidad elevadísima.
Decir que conozco de sobra el museo sería un poco osado, entre otras cosas porque se renuevan las obras tirando de los fondos. Esa tarde nos apetecía volver a contemplar los Murillo, que llenan la antigua iglesia de lo que fue el Convento de la Merced Calzada y que pintó para los Capuchinos. Aún tengo fresco en la memoria el concierto que escuché en directo en esta sala a la Academy of St-Martin in the Fields, dirigidos por Iona Brown (que, por cierto, acabo de descubrir que falleció en 2004).
Sólo estaba el vigilante, con su móvil conectado al auricular (los 'oficiales de gestión y servicios comunes' ya no leen, ahora todo lo tienen en su teléfono).
Ni un ruido, ningún grupo con prisas, cero turistas... Ahí delante, para nosotros dos, las paredes repletas de las pinturas de Bartolomé Esteban Murillo. Las he contemplado muchas veces pero debió ser la atmósfera de una tranquila y soleada tarde de invierno la que produjo el milagro. De repente me fue embargando una sensación extraña, difícil de definir. La sola contemplación de tanta obra de arte, el ser consciente de un estado superior, el rendirme ante la grandiosidad de lo creado por un artista. El propio Stendhal lo describió mucho mejor tras su visita a Florencia: "Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme".
En ese instante entendí, comprendí, que cuando hablamos de Arte como un estado superior del espíritu es verdad. El éxtasis. Pude sentir y visualizar la emoción, casi hipnótica, que produce la presencia de una obra insuperable, y automáticamente lo trasladé a la música, que tantas veces me ha hecho gozar de los mismos sentimientos.
Qué afortunados somos por tener tan cerca y a diario, y como modo de vida, la música. Tenemos que abandonarnos más a menudo al disfrute y al placer de la audición de esas obras imperecederas. Y abandonarnos al tocar e interpretar dichas obras. Muy a menudo, con las prisas, el estrés y la productividad nos olvidamos que nuestro trabajo es a la vez una misión artística. Si despojamos al piano de su vertiente espiritual y lo ceñimos al trabajo mecánico, es probable que algún día nos encontremos buscándole el sentido a pasar horas y horas ante unas teclas que, como digo, únicamente están para servir al Arte. Y nada más.

miércoles, 9 de enero de 2013

¡Mañana será otro día!

Hay días que comienzan con una maraña de asuntos por resolver, cada uno de su padre y de su madre, que llegan a poner la cabeza a mil por hora. Recordé una entrada que escribí al respecto en junio pasado, titulada La batidora, en la que trataba varios aspectos, incluidos la manera de abordarlos con distancia.
La necesidad de que nuestra cabeza funcione por carpetas, algo en lo que Beatriz me insiste continuamente, creo que es interesante para nosotros los pianistas. (Siempre que hablo lo hago por experiencia propia y, como sé que no soy único en el mundo, creo que me suceden cosas normales, como a muchos otros). El esfuerzo debe ir encaminado a no mezclar dichas carpetas. Todas las parcelas de nuestra vida han de tener, cada una, su carpeta, a fin de no mezclarse.
Esta teoría, si no tenemos el hábito, es muy fácil de enunciar y muy difícil de cumplir. Por eso, cuanto antes comencemos mucho mejor.
Tengo comprobado que, casi siempre, ponerse a tocar es un buen escape, por mucho ruido que tengamos en la 'azotea'. Al final, el ruido de las notas será más potente y acabará acallando el runrún o come-come cerebral. Pero a veces, ni por esa nos escapamos.
Es más que probable que una batería de problemas logre desanimarnos y nos haga ver el horizonte más que nublado. Ya sé que es cuestión de caracteres y cada uno se toma las cosas como sabe o como puede, pero si vemos la montaña muy alta en ese momento concreto, es lo que hay.
Aquí es donde creo que los pianistas tenemos un grave peligro de desmoronamiento. Tenemos muy fácil que las circunstancias nos provoquen una 'bajona' debido a nuestra sensibilidad. Estamos acostumbrados a trabajar sin descanso, a superar metas inaccesibles, a sacrificarnos..., pero suele ocurrir que cuando más desprevenidos estamos nos asalte una tontería y nos derrumbe. Digo tontería por simplificar ya que cada tema tiene su importancia.
A lo largo de la carrera los periodos de desánimo aparecen sin dar explicaciones y es posible, ya con el tiempo a mis espaldas, que se deban a interferencias para nada relacionadas con la música. Por poner un ejemplo al alcance de todos, servirían los amores adolescentes . A ciertas edades todo se magnifica y es frecuente dramatizar, llevándose todas las de perder nuestra brillante carrera. Cuando estamos descendiendo, ¿quién puede ponerse a pensar en estudiar?
Pues ahí entra en acción el mecanismo de las carpetas:  pasaré un buen rato, o una buena noche en blanco, con el tema del 'me quiere no me quiere', pero, llegada la hora, hay que sobreponerse, pegar carpetazo momentáneo, y pasar a otro asunto. Si hay que estudiar, hay que hacerlo. Puede parecer algo frío, lo sé, pero siempre he oído que para mantener la calma hay que mantener la mente fría.
Así que, estos días en los que se nos acumulan las decisiones y los trabajos pendientes, hay que saber pensar y decidir y, sobre todo, no mezclar.
Afortunadamente, el tiempo va pasando, lentamente eso sí, y las soluciones van llegando. Y mañana será otro día.
Si a pesar de todo no lo logramos, pues a la calle a desfogar, a divertirse, a pasear, al cine, a ver gente... ¡Y mañana será otro día!

domingo, 6 de enero de 2013

Manos de pianista

¡Cuánto mito con las manos de pianista! Cada vez que alguien ve unas manos bonitas dice que parecen de pianista. Si contemplamos unas manos delicadas, decimos que parecen de pianista. Si los dedos de la mano son largos, decimos que parecen de pianista... No sigo porque seguro que todos tenéis la experiencia propia al respecto. Y casi seguro que muchas de las vuestras no responden al tópico.
Desde los doce años, cuando hacía deporte en equipo jugaba al voleibol. Me encantaba. Pensaba que era mejor que el fútbol, más elitista, más elegante, más inteligente (las tonterías que se pueden llegar a pensar). Era un escape fabuloso con el que, más adelante, liberaba todo el estrés y la tensión acumulada de la semana. Llegamos a formar un buen sexteto casi imbatible en la provincia, y digo casi porque los de la capital, los de Cádiz, eran realmente buenos y nos tenían (casi) siempre contra la red (lo que es la vida: resulta que una de las árbitros de aquella época, a la que ni conocí durante los partidos en varios años, se convirtió en mi adorada esposa no mucho después).
Pues bien, sólo recibía consejos catastrofistas de mal augurio sobre la posibilidad real de fastidiarme una mano (o las dos) si seguía practicando tan salvaje actividad. Y a mí sólo me sentaba de maravilla, por lo que los consejos no encontraban obstáculo alguno entre una oreja y la otra.
Es verdad que necesitamos observar unas normas básicas para no mandar al traste un dedo, pero no estoy dispuesto (de hecho no lo he estado) a vivir sin otra actividad manual que no sea sobre las teclas. Me encanta el bricolaje: esta placa de cerámica cuelga sobre la entrada de mi casa. Me gusta mucho trabajar manualmente y contemplar una obra acabada. Y sé por qué: porque con el piano nunca damos nada por terminado y siempre hay que retomar.
Hace poco leí una entrevista (que queriendo ser optimista me entristeció) a un niño de once años en la que decía que jugaba al fútbol con guantes especiales para protegerse las manos. No creo que ningún pianista conocido haya hecho cosas raras. Lo normal es vivir y llegar a viejo con las manos intactas, salvo artrosis o similar. Y si hay un percance, se arregla y listo (aunque me maree de sólo pensarlo; ¿no os gustan esos dedos rotos hacia atrás o machacados en las películas de mafiosos?).
Un pianista debe cocinar, limpiar, arreglar lo que sea, cargar bultos..., es decir, llevar una vida normal. He conocido algún que otro descerebrado (y él sabe quién es) que solía llegar accidentado cada dos por tres, pero era de puro nervio y pura prisa (incluidos los cortes del cuchillo jamonero que tanto tendón se ha llevado por delante).

Hoy, simbólicamente, quiero invitaros a un trocito de ese Roscón de Reyes (cuya receta he seguido de esta magnífica página) que ha sido amasado pacientemente, decorado con primor (naranjas confitadas incluidas) y horneado a pie de cañón por este vuestro servidor, con sus manos de pianista, y devorado con fervor ansioso entre la cena y el desayuno. Una delicia.
Igual otro día os cuento más habilidades de las manos de pianista.
¡Feliz día de Reyes!

miércoles, 2 de enero de 2013

Música viva

Por razones familiares, he hecho una excepción y me he tragado el tradicional Concierto de Año Nuevo, que llevaba lustros sin ver ni oír. No es que esté en contra sino que son ya muchos años de más de lo mismo y directores-vedettes dándolo todo.
Así que, como si de una novedad se tratase, planté mi cuerpo, no especialmente cansado, frente al televisor. Poco a poco, conforme me iba apagando, comencé a crisparme. ¿Es posible que tanto derroche, tanta publicidad, tanta difusión, tanta erudición y tantas lecciones que nos dan desde las alturas se traduzcan en un aburrimiento mayúsculo de efectos soporíferos? ¿Es posible que este espectáculo pueda producir un aumento en el número de aficionados?
Creo que culpar al director es lo justo ya que la orquesta siempre ha dado buenas muestras de eficacia y, siendo así, lo único que hace es traducir las ideas del que se pone al frente ad maiorem Dei gloria (entendiendo aquí a Dios como a ellos mismos). Franz Welser-Möst, austriaco, me ha puesto a reflexionar sobre lo fácil que es cargarse un concierto. Me ha hecho gracia leer su relación con el repertorio tradicional vienés: una de sus bisabuelas era hija de la familia propietaria del Café Dommayer, de rancio abolengo en Viena, donde se estrenaron muchas obras de la dinastía Strauss y de Josef Lanner. Cuando encuentro un comentario de este tipo siempre me viene a la memoria una compañera de colegio de mi mujer, reprendida por una profesora, hija del escritor José María Pemán, a quien se le suponía el nivel literario por el parentesco, a lo que dicha estudiante respondía que su padre era taxista y ella no sabía conducir...
Reconozco que no he escuchado otras grabaciones de este director e igual estoy cometiendo un sacrilegio descomunal. Es lo que tiene la incultura. Pero sí puedo juzgar lo que he presenciado y ha sido una orquesta desmotivada, muy aburrida. Las frases eran planas, los tiempos muy lentos, los crescendos casi inexistentes, las culminaciones repentinas y sin preparación, los aplausos más bien tímidos y hasta los comentarios de nuestro docto y experimentado José Luis Pérez de Arteaga se quedaban en blanco por momentos, creo yo que para no opinar abiertamente, por prudencia benévola dada la fecha.
Entre los muchos y buenos propósitos que nos hacemos cada vez que empieza un año, nosotros, los pianistas, debemos poner en los puestos de cabeza que nuestras interpretaciones musicales sean lo más honestas y sinceras posibles. ¿Para qué? Para que la música sea el motor de nuestro esfuerzo, para que la música guíe nuestro estudio, para que la música sea la meta, para que la música permanezca por generaciones, para que la música, al fin, esté viva. Si ignoramos deliberadamente nuestra responsabilidad cada vez que nos ponemos delante de un público, la llama de la que somos sólo transmisores puede que acabe apagándose, si no del todo, lo suficiente para que deje de alumbrar.
Por eso me malhumoro cada vez que contemplo cómo los 'dioses del Olimpo' están más preocupados por su imagen televisiva que por insuflar imaginación y fuerza a las obras que tienen en sus manos.
¡Viva la música viva!