domingo, 29 de diciembre de 2013

Nosotros mismos

Nadie, nunca, salvo mi muy querida excepción, sin quien nada hubiera sido posible, me contó de qué iba esto. Y en esto incluyo, además del piano, la vida en general, por resumir.
A día de hoy sigo sin entender por qué no se han definido unas pautas generales que permitan a cada persona realizarse como tal. Bueno, que no lo entienda no significa que no sepa, o imagine, que no interesa que cada ser humano sea libre y disponga de su vida para cumplir sus sueños, porque, de ser así, apañados estaban los que se aferran a la poltrona y que sólo la sueltan cuando ya comienzan a comérselos los gusanos (es que tengo el espíritu navideño un poco subido).
A mis cincuenta y dos años sigo comprobando que ni el sistema educativo ni el entorno familiar, con honrosas excepciones, claro está, enfocan sus directrices para que un ser inocente y con su libro aún en blanco vaya despejando su camino gracias a las experiencias del género humano. Es más, lo  habitual es seguir repitiendo los mismos errores, los mismos comportamientos, sin que nadie se atreva a romper estos esquemas diseñados durante siglos para perpetuar las diferencias. En nuestro terreno musical, me duele cómo el mimetismo se ha instalado en las aulas, constituyendo un verdadero escándalo que un profesor decida airear a sus alumnos e insuflarles optimismo, vitalidad y seguridad.
Cada vez que levantamos la tapa del teclado, queramos o no, toda la enseñanza y todos los recuerdos que la rodean, acuden automáticamente a nuestra cabeza. Los afortunados que crecieron en manos de una mente sana, no sin esfuerzo, habrán logrado que tocar el piano sea algo natural a su persona y que el trabajo sólo consista en aumentar el repertorio o, si así lo deciden, en mantenerlo, que también cuesta lo suyo. El resto, demasiados, sólo sobrevive justo por lo contrario, por tener echada la llave en la cerradura y usar la caja armónica como mueble-bar.
Se acaba el 2013 y no soporto tener que decir ¡por fin!, porque, si aún no nos hemos dado cuenta, también es una año de nuestra vida. Da igual la edad que tengamos como también lo da el nivel pianístico. Desde ahora mismo, sin esperar a las campanadas para enumerar unos propósitos utópicos, tenemos que decidir y creernos que somos seres autónomos, con valor por nosotros mismos, sin comparaciones ni distinciones. De todo aquello que decidamos, que emprendamos, que elijamos y que soñemos, nadie tiene la más mínima autoridad para truncar ni entorpecer nuestro camino. ¿Quién decide lo que podemos o no hacer? ¿Quién tiene potestad sobre nosotros? ¿Quién va a fastidiarnos el día que echemos la vista atrás?
Tomemos las riendas, una buena bocanada de aire, apretemos los dientes y adelante. Es nuestra vida y ¡ay de aquél que se interponga en nuestro camino!

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