miércoles, 20 de noviembre de 2013

Maldito parné

Recordaréis que, en 1809, Beethoven logró estabilizar su independencia musical gracias a la ayuda de sus más ricos admiradores: el Archiduque Rodolfo, el Príncipe Lobkowitz y el Príncipe Kinsky. El acuerdo fue para que no abandonara Viena pero también para que la economía dejara de ser una preocupación. Poco tiempo después hasta llegó a los tribunales para defender este pacto, tan importante era para él pensar sólo en la música.
Algo parecido le ocurrió a Prokofiev. Tras la Revolución Rusa de 1917 decidió alejarse de los conflictos (por resumir). Durante catorce años estuvo dando tumbos por América, Alemania y Francia. Cansado y nostálgico a rabiar, no dudó en aceptar la invitación del gobierno soviético para volver e instalarse en Moscú a cambio de no tener que volver a preocuparse por su manutención. Sólo le interesaba una cosa: la Música. Quería dedicar toda su energía a componer y así fue, aunque tuviese luego los problemas propios con la censura, al igual que Shostakovich.
Cuando la motivación principal para un artista es la económica, pienso que tiene muy difícil el llegar a estar satisfecho, pues no hay límite. Nunca tendrá suficiente. Y hasta estoy convencido de que se convierte en peor persona lo que, al menos a mí, me lleva a despreciarlo como artista.
Por desgracia, hoy todo se mide por la cantidad y no por la calidad. Durante muchos años he oído que en España se pagaba excesivamente a las primeras figuras, mucho en comparación con otros países de tradición melómana. En tiempos de vacas gordas, los palurdos que manejaban el dinero público no dudaban (y no dudan todavía) en pagar lo que fuese necesario y mucho más con tal de colgarse la medalla y hacerse la foto al lado de tal o cual nombre internacional.
La pena es que este despilfarro sistemático no ha servido absolutamente para nada. Ni se ha creado escuela, ni se ha creado afición y ni siquiera ha beneficiado a los músicos nacionales. De siempre pensé que con lo que se pagaba por una aparición estelar en una sola noche se podía financiar una temporada completa de conciertos de pequeño formato (solistas y música de cámara) en el mismo sitio. Y, por supuesto, tirando de cantera y de veteranos, que la música iba a seguir sonando estupendamente.
Dedicarse a esta profesión siempre ha contado con el sambenito económico, más si tenemos en cuenta la comparación con los músicos de otros estilos, que mueven cantidades ingentes de público. He tenido compañeros que han renunciado al concertismo sólo por dinero. Si nada más empezar (y después también) se fija un precio demasiado elevado, lo normal es que nadie te contrate. Esto, con el tiempo, me ha llevado a pensar que, más que una razón, era una excusa para ni siquiera intentarlo.
La vida del artista siempre ha tenido mucho de vocación, lo que no obsta para que haya que comer al menos tres veces al día y tener un techo bajo el que guarecerse y estudiar. Igual estaría bien poder dejar de pensar en todo esto (por soñar un poco) y dedicarse y preocuparse sólo de tocar, como si fuera por gusto. Eso significaría que podríamos plantearnos cualquier proyecto, que trabajaríamos seguramente dos y tres veces más, que no pararíamos, que no tendríamos límites y que seríamos ilimitadamente productivos.
Seríamos todos inmensamente ricos pero de verdad, no los del dinero, sino los satisfechos, los contentos, los alegres.
Es tan triste que sólo nos mueva el dinero... Si ya lo decía Séneca: neminem pecunia divitem fecit (el dinero no ha hecho rico nunca a nadie).

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