jueves, 7 de noviembre de 2013

El poder y la gloria

Hoy hace cien años que nació Albert Camus y esta mañana me leía Beatriz una reseña de las muchas que se han publicado. Hacía alusión a la invitación recibida por parte del Elíseo francés (entiéndase por el presidente de la República) a causa del reconocimiento internacional que Camus recibió por su honestidad e imparcialidad, no siempre bien entendida, por supuesto. Al comunicarle la noticia a su madre, analfabeta y casi sorda, tras repetírsela, ésta le contestó: "Eso no es para nosotros. No vayas hijo, no te fíes. Eso no es para nosotros".
Esto me ha hecho recordar algunas situaciones vividas y oídas, en las que el poder quiere tener cerca a la gente del Arte, de la Cultura. No voy a entrar en el uso político que estos últimos años (demasiados ya) se da en España a los cantantes, actores y escritores. Da igual que sean de derechas o de izquierdas. El caso es que aún no tenemos la suficiente madurez para que, cuando un artista manifiesta públicamente su ideología como ciudadano, no se le castigue o premie en su trabajo. Eso, por ejemplo, no pasa en EE.UU., un pelín más acostumbrados a la democracia.
Parece que un artista no triunfa hasta que no se codea con las altas esferas. Tiene que ser invitado a determinadas galas, tiene que actuar ante ellos ¿de tú a tú?, tiene que reír todas las gracias y ocurrencias de los susodichos, etc... Por otro lado, las crónicas periodísticas tienen más trascendencia y mayor eco cuando reúnen en la foto a un grupito variopinto.
En uno de mis primeros conciertos en Cádiz, en el desaparecido Teatro Andalucía (tendría yo veinticinco años), actué ante un numeroso público con un programa variado (cual bandeja de pescaíto frito). Al día siguiente, o quizás al otro, abrí el Diario de Cádiz en busca de alguna crítica o reseña, foto incluida. Así fue. Se mencionaba el acto, se desglosaba el programa y se comentaba la asistencia de público. Pero lo que más me llamó la atención fue el titular del artículo, en negrita y ocupando el ancho de la página: "El Almirante Jefe de la Zona del Estrecho asiste al concierto de González Calderón". (Acabo de ejercer la autocensura con un par de expresiones que venían a colación).
He actuado ante presidentes autonómicos, consejeros, alcaldes, embajadores, generales, diputados... En más de una ocasión la anunciada asistencia de la reina ocasionó innumerables incomodidades, subsanadas con la conveniente declinación de la invitación a última hora. Hasta un potentísimo empresario rodeado de cuatro guardaespaldas acudió a oírme.
Pero siempre he pensado que un concierto es un acto cultural en el que un artista actúa para el público, independientemente de su cargo. Qué más da quién sea si lo que importa es la música. Se supone que, si asiste, es porque le gusta la música y no para figurar, así que, no hay cargo que valga. Igual que no entiendo la reserva de localidades que, a mayor nivel social mayor probabilidad de permanecer vacías. No hombre, no, que somos todos iguales, al menos en el concierto (y después también).
Supongo que igual soy un bicho raro, pero tampoco me gustan los palcos presidenciales de los teatros (casi siempre sin ocupar). La época en la que los reyes perseguían a las coristas creí que había terminado, pero, al parecer, todo sigue creando mucho morbo.
Bueno, que cada uno haga lo que le dé la gana. Total, lo mismo va a dar, que nadie aprende en cabeza ajena.  

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