domingo, 4 de agosto de 2013

Sensibilidad

Continuamente, en cualquier momento y circunstancia, Beatriz me lanza, cual arma arrojadiza, una frase, un pensamiento, un cuadro, un libro, una película, un artículo, una entrevista, una noticia, una canción, un paisaje, un recuerdo, una biografía, una ópera... No dejo de aprender y de sorprenderme porque, afortunadamente, mis sencillas neuronas decidieron fiarse de ella plenamente.
Los pianistas podríamos pensar que, como nos dedicamos al arte, y el arte es cosa de seres sensibles, la conclusión de este claro silogismo, dadas las premisas anteriores, sería obvia: los pianistas somos personas sensibles... Me gustaría poner la mano en el fuego para defender este argumento, pero igual tendría que dedicarme al silbo gomero a partir de ahora.
Tengo que reconocer que para poder disfrutar de cada propuesta he tenido que ir cediendo tiempo desde la parcela del estudio. Por mucho que quiera, el día tiene también para mí veinticuatro horas. Pero ahí está el regalo, el descubrimiento: cada minuto invertido en otra disciplina, con otra materia, relacionada o no con el piano evidentemente, ha ido en beneficio de mi resultado musical. Nos obsesionamos con bajar la cabeza para mirar las teclas y levantarla, como mucho, hacia la partitura, ciñendo cada vez más nuestro mundo espiritual e intelectual al universo musical que, en cuanto universo, es infinito, pero monotemático al fin y al cabo.
Muchas entradas de este blog han estado dedicadas a exposiciones, obras de teatro, conciertos, viajes, paisajes, libros y tantas otras parcelas que no son exclusivamente pianísticas. Creo que es mucho mejor así.
La sensibilidad se puede desarrollar y trabajar. Seguro que traemos una buena dosis de entrada pero no es suficiente, sobre todo si tenemos en cuenta lo fácil que es embrutecerse hoy día, a menos que acabemos viviendo como un anacoreta (lo que también podría acabar teniendo el mismo resultado). No nos queda otra que luchar a brazo partido, aunque parezca una contradicción, por buscar la belleza en todas sus manifestaciones e intentar retenerla con nosotros el máximo tiempo posible. E ir rotando, haciendo girar todos los estímulos que tenemos al alcance y que están esperando a que nos fijemos en ellos.
Suele creerse que la persona amante del Arte ha de ser un bicho raro, apocado, huidizo, celoso de su intimidad, y puede que algo haya, pero me gusta creer, dado el ejemplo diario que tengo delante, que una persona sensible es explosiva, vitalista, entusiasta, incansable e inagotable. Doy fe. Y, por encima de todas las cosas, generosa, pues no hay nada más placentero que tener a alguien con quien compartir un momento estético extraordinario. Os contaré como anécdota y ejemplo que la visita guiada que se realiza en la Acrópolis de Atenas dura una media hora y nosotros permanecimos más de cinco, a nuestro aire, como transportados en espacio y tiempo.
Estoy convencido que de aquí sale la diferencia entre esos pianistas sublimes que perdurarán siempre y los miles y miles que sólo están preocupados por dar todas las notas lo más rápidamente posible, cual archivos Midi.
Así que, a pesar de las circunstancias que nos rodean, del ruido constante que sufrimos, de la eterna inercia de la masa, del manejo insoportable de los gobernantes, de la alienante chabacanería televisiva, de los ídolos abochornantes actuales y de la pérdida de todos los valores en función del dinero, mi humilde opinión es que es posible rebuscar y encontrar con facilidad inagotables muestras de belleza, de inteligencia, de respeto, de humanidad, de sabiduría, de alegría, de solidaridad y de valentía. Para esto sólo se necesita tomar la determinación de mantener viva nuestra sensibilidad, cuidarla y hacerla crecer.
Entonces, la vida cobrará todo su sentido.  

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