domingo, 11 de agosto de 2013

Medio lleno...

La tendencia natural de todo pianista que se precie es no llegar a estar nunca completamente contento. Los caminos por los que hemos llegado a este estado son varios y se entrecruzan, pero hay uno en particular que procede del sistema educativo cuya frase estelar podría resumirse como "siempre puede estar mejor".
La insatisfacción que nosotros mismos alimentamos, que parte de una base que debería estimular el esfuerzo sano para lograr un objetivo, tiene un halo de deformidad. En principio no deberíamos sentir ningún sentimiento negativo, a no ser que fuésemos incapaces de llegar a donde nos hemos propuesto. De esto ya he escrito y creo que ha quedado claro que, si somos honestos con nosotros mismos, sólo deberíamos ser triunfadores, que es cuestión de fijar metas a nuestro alcance, no por ello fáciles.
Ya sabemos, desde muy al principio, que toda obra mejora con el tiempo. Ya hemos comprobado que nuestros dedos nos obedecen con creciente naturalidad. Ya somos compañeros inseparables de un sonido característico y una pulsación personal. Ya nos codeamos con cualquier estilo y compositor aunque tengamos preferencias y simpatías por unos cuantos. Ya hemos comprobado nuestras habilidades en circunstancias adversas del tipo aire libre, piano viejo, ruidos externos, público inquieto, sala seca..., de las que hemos salido airosos. Ya tenemos los conocimientos necesarios para abrir una partitura nueva y, sin ayuda de nadie, sacar todo lo que contiene.
Entonces, ¿por qué nunca estamos contentos? ¿Por qué nos empeñamos en estrellarnos con la misma pared que, además de imaginaria, la hemos levantado nosotros? ¿Por qué vamos por la vida como chuchos abandonados dignos de lástima (vale, igual es un poco exagerado)? ¿Qué nos impide dibujar esa línea llamada meta para alguna vez, antes de morir si es posible, poderla atravesar con los brazos en alto sin necesidad de dopaje?
Todo, absolutamente todo, está en nuestra cabeza. Y siempre estaré enfadado, que es un decir, con todos aquellos que tuvieron la responsabilidad y la obligación de velar por nuestra felicidad y sólo se dedicaron a forzar la máquina para, en muchos casos, llegar a romperla. Ellos iban por delante, conocían el camino y sus obstáculos, pero no les importaba. Al final, nos vemos en la obligación de romper ataduras y volar solos, lo que también resulta difícil y duro pues te creías protegido.
Por eso es fundamental que hagamos ese proceso mental, lo antes posible, que nos lleve al control de nuestra personalidad y de nuestros pensamientos. Cualquier muestra negativa tiene que ser desechada de inmediato, bloqueada. Si comenzamos a ver nuestros logros, nuestros avances, nuestros éxitos con los ojos limpios, sin engañarnos, iremos construyendo una persona capaz, consciente, fuerte, contenta, animosa e indestructible.
Así que, a partir de ya, el vaso que miremos siempre ha de estar medio lleno (o mejor aún, lleno), jamás medio vacío, máxime cuando el contenido con el que hemos de llenarlo nunca va a ser líquido, ni siquiera sólido, gaseoso o plasmático.

Con un estado anímico optimista todo es posible, hasta ser concertista de piano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario