domingo, 9 de junio de 2013

La vida pasa

Si la memoria no me falla, exactamente hoy, a la misma hora en la que escribo, hace treinta años que realicé mi último examen en el conservatorio, concretamente el de Pedagogía Musical, con Francisco García Nieto, ya fallecido. El título superior al bolsillo (es un decir, porque tardaban más de un año en enviarlo) y la calle para correr.
Sólo hay una materia que eché de menos a lo largo de tantos años, y es por donde van los tiros de este blog. Quizás podría llamarse ¿Qué puñetas hago ahora que he terminado?, o Y ahora, ¿qué?, o algo parecido. Nadie te cuenta nada, nadie te prepara para nada. Año tras año sin levantar la vista del teclado y, de repente, te encuentras desamparado (mal que bien, el conservatorio y sus planes de estudio te marcan un camino). La inercia colectiva es la que manda y ni te atreves a sacar los pies de la línea amarilla que hay que seguir.
Tengo otro pasaje del libro de Katherine Pancol Las ardillas de Central Park... reservado para la ocasión, como los buenos vinos. Ahí va, sin anestesia (cuidado que duele):
"De repente, en mitad de la noche, su soledad le parecía insoportable. Su libertad también le parecía insoportable. Su hermosa casa, sus cuadros, sus obras de arte, su éxito. Era como si todo eso no sirviese de nada.
Como si su vida fuera inútil... Insoportable.
(...) De qué sirve vivir, pues, si no se vive para nada. Si vivir es simplemente añadir un día al anterior y decirse, como tanta gente, qué rápido pasa el tiempo... En un fogonazo, entrevió la imagen de una vida lisa, plana, que se hundía en el vacío, y otra llena de altibajos e incertidumbres en los que el hombre se comprometía, luchaba por mantenerse en pie. Y, curiosamente, era la primera la que le aterrorizaba...
No era la primera vez que se abría en él el gran precipicio, pero esta vez era demasiado grande, demasiado profundo. Quería gritar, pero de su boca no salía ningún sonido.
En un fogonazo, atisbó la lucha por vivir, el valor que eso exige, y se preguntó si tendría ese valor. La imagen de esa carrera sin final que lleva a la humanidad hacia su destino. Voy a morir y no habré hecho nada que exija un poco de valor y determinación. No habré hecho más que seguir dócilmente el curso de mi vida, tal y como estaba trazado desde mi nacimiento, el colegio, buena formación, una bonita boda, un hermoso hijo y después...
Y después..., ¿qué he decidido que exija un poco de valor?
Nada. No he tenido ningún valor. He sido un hombre que trabaja, que gana dinero, pero no he corrido ningún riesgo.
Sintió una oleada de terror que le oprimía el corazón y empezó a transpirar un sudor helado.
(...) Mi vida pasa y yo la dejo pasar. Descubría con espanto un futuro de noches semejantes, de días semejantes, en los que no pasaba nada, en los que no hacía nada, y no sabía cómo detener esa visión que le dejaba helado.
Esperó, con el corazón en un puño, a que el día se filtrase a través de las cortinas. Los primeros ruidos de la calle... Él también tendría que levantarse. Olvidar la pesadilla.
No olvidaría la pesadilla, lo sabía."

No todos tienen la inmensa suerte de que se cruce en su camino una persona tan especial, tan generosa y tan valiente como me ocurrió a mí. Ella me dio clases particulares intensivas aunque, a la hora de la verdad, como también me enseñó, depende de uno mismo. 
Siempre llega ese día en el que nos preguntamos si mereció la pena, si algo nos hizo sentir orgullosos de nosotros mismos, si nos atrevimos a vivir.
Es paradójico, pues tenemos una profesión que por sí sola ya responde afirmativamente a esta cuestión. Dedicarse al piano ya es ser valiente, ya tiene altibajos e incertidumbres, ya llena la vida, al menos una buena parte. ¿A qué esperamos? 
Ánimo. 

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