domingo, 5 de mayo de 2013

Soy pianista

“Hola, mi nombre es Alberto y soy pianista…” ¿A que suena a terapia de grupo? Al igual que uno de los asistentes al desenganche de algo, tardé bastante tiempo en reconocerlo y en admitirlo. Ahora debería decir los años, meses y días que llevo (en este caso es al revés) tocando el piano.
Bromas aparte, que siempre da un poco de yuyu jugar con estas cosas, si tardé mucho en pronunciar la frasecita fue porque me sentía estudiante eterno, que tenía (y tengo) muchísimo todavía por aprender. Más bien solía decir que tocaba el piano o que estudiaba piano, pero de ahí a sentirme pianista había aún un buen trecho.
¡Error! Según la R.A.E., pianista es el músico que toca el piano. O sea, que no dice desde qué curso concretamente, o desde qué titulación. El hecho en sí de tocar es suficiente para la catalogación. María Moliner, en la definición de su Diccionario de uso del español, va un poco más allá: no hace falta que lo haga un músico, sino una persona. La gran diferencia viene a continuación: particularmente, que se dedica a ello como profesión.
Creo que a mi muerte, o igual antes, que todo es posible, debería donar mi cerebro a la ciencia. Los médicos iban a flipar, os lo aseguro. Cuando metieran la sierra para abrir el cráneo saldrían disparadas los millones de ideas residuales que continuamente rebotan sin control y que sirven lo mismo para un roto que para un descosido. Agotador.
Lo que quiero decir en esta entrada es algo muy sencillo, muy simple, pero muy a tener en cuenta. ¿Cuándo podemos usar el vocablo ‘pianista’ con propiedad? ¿Lo decidimos nosotros o lo deciden los demás? ¿Lo otorga el título superior o la experiencia de los años? ¿Viene dentro de determinadas partituras de nivel inalcanzable? ¿Hay que ser propietario de un instrumento de casi tres metros de longitud? ¿Hay que dar conciertos públicos o vale con el salón de casa? ¿Nos lo tiene que llamar algún colega de prestigio o vale la comunidad de vecinos? ¿Tiene fecha de caducidad si pasamos un tiempo alejados de las teclas? ¿Funciona como el carné por puntos, el de conducir? ¿Tenemos que vivir en una ciudad en las antípodas del conservatorio que nos vio florecer?
Pianista… Pianista… Pianista… A veces no basta con recitarlo mentalmente, hay que pronunciarlo en voz alta, incluso gritar fuerte (mejor que no vayamos en el metro o estemos en un sitio muy concurrido, sino más bien en privado). Pianista… Pianista… Pianista…
Siempre acabo hablando de lo mismo, ¿por qué será? Cuando somos estudiantes ponemos el listón excesivamente alto porque nuestras referencias son las primeras figuras mundiales. Lo único que logramos es convencernos de que jamás igualaremos su nivel. Y ahí empieza a nacer esa trampita autosugestionada con la que comenzamos a dibujar una línea descendente en lucha con la que nuestra vocación dibujaba hacia arriba. A partir de entonces comenzamos a parecernos a un gráfico de la bolsa de valores y en un mismo día podemos batir récords históricos o caer en picado. No digo nada de si a nuestra percepción se añade la de nuestro mentor o nuestros condiscípulos. ¡Apaga y vámonos!
Hay que usar el valor de las palabras en su justa medida, sin trampas. Todos sabemos perfectamente que podemos sentirnos pianistas desde ya, al igual que cualquier profesional lo hace con su oficio. Todos sabemos que ser pianista incluye el verbo estudiar, al igual que tantas otras profesiones. Todos sabemos que si vamos con miedo es difícil continuar, al igual que en cualquier actividad en la vida. Entonces, mejor pronto que tarde, vamos a definirnos, aunque pueda parecer una tontería, que hasta el título nos confunde a este respecto.
Soy músico porque me dedico a la música, soy pianista porque toco el piano y dejé de ser estudiante en el momento que abandoné el conservatorio, lo que no quita para que deba continuar estudiando cada día.
Hacedme caso, no juguéis con las palabras, que las carga el diablo.

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