domingo, 28 de abril de 2013

¡Que empiece la fiesta!

Necesito quitarme de la cabeza todas las ideas tremendistas que me fluyen cada vez que esos dirigentes que dicen que nos representan dan otra vuelta de tuerca al garrote vil. Que ya lo dijo Beethoven, que las instituciones sirven para aplastar los derechos humanos. Ellos a lo suyo, así que, nosotros a lo nuestro.
Son ya muchas entradas escritas y muchos los comentarios y correos recibidos. Esto me da cierta perspectiva para resaltar unos puntos que considero esenciales, más que nada para no perder de vista el sentido de este blog.
No me cansaré de repetir que en el proceso de enseñanza está buena parte de nuestra actitud futura. Si el conjunto de sensaciones, de instrucciones y de mensajes recibidos es positivo, nuestra relación con el piano lo será. Si, por el contrario, recibimos frustración, negatividad y malos consejos, irremediablemente acabaremos abandonando o, peor aún, desarrollaremos esta profesión con un peso difícil de soportar. Así que, a pesar de la burocracia inevitable, tenemos que poner de nuestra parte para conseguir formarnos con la persona adecuada, que esto dura toda la vida.
Después viene el ejercicio de lo aprendido, o sea, tocar. Me gustaría destacar que no 'exijo' la exclusividad. De hecho, es casi la norma que los que dan conciertos se dediquen a la docencia. Es una cuestión de organización, por un lado, y de actitud, por otro. El día lo vamos a tener muy ocupado para realizar dos trabajos, pero con inteligencia es factible. Me preocupa mucho más la actitud. Cada vez que surge la oportunidad de un concierto el resorte automático que nos salta es para poner excusas. Hay que trabajar en ese sentido para que nos ilusione actuar, bien en solitario o en grupo.
Otro punto importante es el compatibilizar la vida con el piano. Si queremos ser buenos pianistas tenemos que vivir. Y si hay que vivir, en algún momento tenemos que ser capaces de separarnos física y mentalmente del instrumento. No tenemos que huir ni escapar, que sólo con coger un libro o ver una película en la tele sin que nos remuerda la conciencia ya vale.
Por último, para que esto sea un buen resumen y no una plasta, tener muy claro que tocar el piano es difícil pero que dedicamos muchos años a lograrlo y lo normal es hacerlo. Como un médico, un arquitecto o un electricista. Si se estudia se consigue. Evitar desde el principio las comparaciones con otros que van por delante, suprimir los pensamientos desalentadores, disfrutar de los pequeños logros, fortalecer nuestro carácter, rodearnos de buena gente y, fundamental, relativizar nuestra actividad. Por muy elevada que nos parezca, es sólo música, que en los primeros tiempos del hombre surgió, además de como elemento religioso, espiritual o mágico, como lo queramos llamar, para disfrutar.
Hoy no entendemos ninguna celebración sin música, ninguna escena, ninguna imagen, ninguna actividad. Es más, agradecería de vez en cuando un poco de silencio. Así que, si hemos sido los elegidos, no nos queda otra: ¡que empiece la fiesta!


miércoles, 24 de abril de 2013

Granada

Hace poco hablaba de esta ciudad para recordar a Dámaso García Alonso, quien fuera presidente de Juventudes Musicales y a quien estuvo ligada mi actividad musical. Hoy voy a insistir un poco más ya que el lunes pasado ofrecí una nueva Máster Class en el Conservatorio Profesional 'Ángel Barrios'.
En primer lugar, agradecer el entusiasmo de Mª Ángeles Serrano desde que le propuse la idea. Entre tantas clases y otras muchas actividades con las que lidia, sé que no es fácil lograr coordinar a profesores y alumnos, que se sumaron también desde el Conservatorio Superior 'Victoria Eugenia', liderados por Antonio Sánchez Lucena, cuyos 24 Estudios de Chopin sigo envidiando.
Voy cogiendo velocidad en estos encuentros. Cada vez me siento más a gusto hablando sobre el piano y la carrera, y recordando numerosas anécdotas y vivencias que pienso pueden servir para prevenir o estar un poco más alerta ante todo lo que sucede a los pianistas. Me gusta sentir que cinco horas se quedan cortas, que pasan volando. Y me gusta cuando, poco a poco, las preguntas que tímidamente se bloquean en la garganta van saliendo al no poder aguantar las ganas. Lo digo siempre: todos hemos pasado y seguiremos pasando por lo mismo. Es un terreno común y se puede comprobar en las entradas que he escrito hasta la fecha.
Y me sigo convenciendo, al ver las caras de los jóvenes oyentes, de que el estudio del piano y su posterior ejercicio necesariamente ha de ser algo placentero. No lo concibo de otra manera. La época en la que la enseñanza se basaba en la autoridad rígida y severa ya pasó, aunque permanezcan algunos tics que se transmiten, puede que de manera involuntaria. Hay que tomar consciencia de que determinados comportamientos pueden acarrear secuelas para toda la vida. Esto, tan claro en la pedagogía moderna aplicada a la escuela, parece que no va con los conservatorios. Por eso disfruto cuando encuentro profesores activos, optimistas, incansables y volcados en sus alumnos de los que sólo pretenden sacar lo mejor de ellos mismos. Cuando te entregas recibes en igual proporción y la profesión docente toma sentido.
Me gusta ver cómo se iluminan las caras al comentar repertorios conocidos, experiencias repetidas y problemas similares que, al salir a la luz, se muestran accesibles y fáciles de solucionar, sobre todo con buen humor, que es el tono que intento mantener y que me sale espontáneamente. Y también al compartir las ilusiones y los sueños.
Creo que la práctica pianística está garantizada. Creo que hay profesores que saben lo que hacen. Creo que hay alumnos que se lo toman en serio. Y creo que cuanta más información demos, cuanta más naturalidad se aplique al piano, más sencillo será que salga una oleada de nuevos pianistas por las puertas de los conservatorios, perfectamente preparados para entretener al a su vez más numeroso público y dispuestos a disfrutar de una actividad que, alguna vez espero, se convertirá por definición en placentera. 

domingo, 21 de abril de 2013

¿Poco pero bueno?

Me dijeron, me enseñaron, que la carrera de concertista tenía muy pocos momentos satisfactorios pero que merecían tanta pena. Como en otras muchas cosas, ¡qué equivocados estaban!
Si enfocamos esta profesión como una suma de obstáculos, de metas inalcanzables, en la que siempre todo puede estar mejor, qué suerte tenemos de no vivir en los Estados Unidos donde resulta tan fácil conseguir un arma de fuego. Iban a tener que crear un plan de protección de pianistas al estilo de 'especie en peligro de extinción', como el lince ibérico.
Tengo una colección de cajas llenas de programas de concierto, recortes de prensa, críticas positivas, carteles coloridos, facturas de hoteles, planos de ciudades, billetes de tren y de avión..., que me hacen revivir muchas situaciones de inmensa alegría. Alegría por el éxito ante el público, por supuesto, pero mucho más por el resultado de un trabajo duro, por mi labor personal.
La satisfacción es algo que cada uno posee de manera individual y no tiene por qué coincidir con la de los demás. Eso no quiere decir que pongamos el listón por los suelos y, como decían en el colegio, por firmar el examen ya tienes un punto (por salir a un escenario ya se tiene el cinco, os lo aseguro). El problema suele venir cuando desde fuera nos quieren imponer este grado de placer, lo que se traduce, en la mayoría de las ocasiones, en aguarnos la fiesta.
Para enfrentarnos a un concierto hemos superado numerosas etapas, desde el estudio primero hasta la exposición pública. El hecho de salir victorioso es la norma, la rutina, independientemente a que hayamos podido tener una décima de segundo de duda, un leve roce imperceptible desde fuera o que el piano mereciera una digna jubilación. Un pianista no puede, ni debe, salir enfadado por una nimiedad. Somos injustos con nosotros mismos si no sabemos valorarnos objetivamente, incluso patéticos. ¿Hay algo más grotesco y ridículo que un auditorio en pie ovacionando a un pianista agriado?
Lo voy a repetir bien clarito: todo aquel que se sube a un escenario a dar un concierto tiene la obligación de disfrutar, de pasarlo bien, de sumar las sensaciones positivas y guardarlas, de recrearse en ellas cada día desde el orto al ocaso, de pensar que el siguiente será mejor sin menospreciar el presente sino animado por el júbilo del triunfo de uno mismo.
Si tenéis a alguien cerca que intenta poneros pegas, sacaros los defectos, quitaros la ilusión y amargaros la existencia, no lo dudéis, portazo en toda la cara y hasta nunca. Es vuestra vida, es vuestra existencia, es vuestro diario. Ya está bien de lágrimas, de sufrimiento, de pastillas, de psicólogos. Antes de que sea tarde.
No dejo de preguntarme por qué la música causa tanto daño a quienes la practican y a los que han sido incapaces de atreverse a practicarla. Y siempre me respondo lo mismo: quienes nos educaron lo hicieron muy mal, terriblemente mal. Con la excusa de la exigencia nos machacaron hasta el extremo sin pensar que para vivir hay que tener ilusión y optimismo. Somos una élite dentro de la sociedad y no tenemos derecho a no ser felices. Todos sabemos que hay que estudiar duro, que tocar el piano no es nada fácil, pero de ahí a sentirnos unos desdichados hay un abismo que roza la locura.
Así que, de 'poco pero bueno', nada de nada. Mucho y, por supuesto, cada día mejor.

miércoles, 17 de abril de 2013

José Luis Sampedro

Cuando vivía en Cádiz, hace ya bastantes años, asistí a una conferencia de Sampedro en el precioso Salón de Plenos del Ayuntamiento, convertido en sala cultural ocasional en la que, por cierto, actué bastantes veces gracias a la compra de un Kawai 3/4 que instalaron allí. La hora que duró pareció pasar como un suspiro. Este hombre sabía hablar de maravilla y lo mejor era no el cómo sino el qué decía. Recuerdo que el público aplaudió a rabiar como si con las palmas pudiera retenerlo y preguntarle por cada asunto personal y universal para los que tenía una sabia respuesta. Falleció el pasado día ocho de abril a los noventa y seis años. ¡Qué cabeza la de este hombre, qué lucidez!
He tenido el placer de leer algunos de sus libros y quedé igual de prendado que de su charla. La vieja sirenaLa sonrisa etrusca me parecen de lectura obligada.
Pero de lo que quiero escribir hoy es de algunas de sus ideas que pude refrescar en el programa Salvados, de La Sexta. No dejéis de ver el programa completo que no tiene desperdicio.
Como un dardo se me clavó en la mente el tema de la educación. Es algo a lo que vengo dando vueltas insistentemente en este blog porque estoy convencido de que ahí está la madre del cordero. Toda la educación está enfocada contra la libertad del pensamiento y si ésta no existe no existe la libertad de expresión; cada cual tiene que ser capaz de pensar por sí mismo y arriesgarse a ser uno mismo. Este fragmento lo dedica concretamente a la democracia pero lo encuentro aplicable a la libertad de elección, a la manera de querer vivir cada uno su vida. ¡Cuántos elementos manejamos a la vez para tomar las decisiones! ¿Somos realmente libres cuando decidimos escoger un camino a seguir, en nuestro caso, la música? La carga que nos inyectan y que sobrellevamos durante años nos hace tener un exceso de responsabilidad con respecto al resultado. Tenemos la obligación de concretar el objetivo y mostrarlo como un trofeo envidiado por muchos, cuando el mayor éxito es precisamente haber entregado nuestra pasión y vitalidad a algo en lo que creemos, honestamente y sin trampas.
El desarrollo personal es lo poco que nos queda, si no lo único, para sobrellevar las condiciones en las que se desenvuelve la vida actual, gobernada por el capitalismo más despiadado. Él habla de su rincón, su parcela privada en la que encuentra refugio ante las barbaridades que se cometen a diario a todos los niveles. Nosotros tenemos un rincón privilegiado en el que podemos rodearnos de los mejores músicos de la historia, que nos hace ser mejores individuos. Si estamos cómodos con nosotros mismos, si hacemos lo que hemos elegido, podremos aguantar todos los chaparrones que vengan porque tendremos un motivo para hacerlo. Si sólo seguimos las pautas que nos han marcado, en el momento que nos sintamos desvalidos no encontraremos ningún asidero firme.
Hacen falta hombres como José Luis Sampedro, de visión clara y amplia, y que no tengan miedo de hablar ni de vivir.

domingo, 14 de abril de 2013

Ilusión (II)

Ayer asistí a un acto en el que se premiaba la carrera de un actor conocido de la tele, que resulta que es del pueblo en el que vivo actualmente. Se trata de Mariano Peña, identificado por el papel de Mauricio Colmenero, dueño del Bar Reynols en la serie Aida.
Aparte de los recuerdos infantiles y familiares, que arrancaron por igual risas y llantos, me interesó escuchar lo relativo a la propia carrera de actor, tanto en sus palabras como en la de otros actores y directores que estaban presentes. Uno de ellos utilizó una frase que me gustó para referirse a esta crisis endémica que padecemos, cuando dijo que, como en tantas otras ocasiones, ya escampará. Este mes de marzo ha sido el más lluvioso desde que se lleva la cuenta y, finalmente, vivimos unos días soleados y resplandecientes en los que no pensamos en ninguna sequía cercana (también endémica); el agua está garantizada para, al menos, tres años (me temo que la Naturaleza es mucho más sabia que los dirigentes y mangantes que nos han llevado a esta situación).
El punto común a todas las intervenciones era el inicio, el duro inicio, cuando todo era ignorancia, incertidumbre, miedo y adversidad, y contra las que sólo se enfrentaba la ilusión. Con el paso de los años, de muchos años, parece que olvidamos las dos caras de la moneda por igual. Si hemos logrado alcanzar nuestro objetivo, aunque mínimamente o con matices, todo lo que tuvimos en contra se rememora como anecdótico, con una leve sonrisa. Y, por otro lado, toda la energía soñadora que nos impulsaba sin límite, parece consumida o, simplemente, acomodada a una moderada velocidad de crucero.
Me gusta sacar conclusiones de todo lo que oigo, mucho más desde que escribo este blog. Mariano Peña habló del viaje, del viaje de la vida, de los pequeños viajes que lo conforman, del viaje de Machado, del viaje a ninguna parte... Lo importante, al final, es haber caminado en la dirección que queríamos, a pesar de todos los pesares.
Y aquí saltó mi resorte pianístico: ¿os dais cuenta que los miles de actores que pueblan el Universo están lampando por actuar? Si a un actor le preguntas si quiere un papel ya tienes la respuesta afirmativa por adelantado. Si a un pianista le preguntas si quiere tocar, se lo tiene que pensar, tiene que ver si tiene repertorio, tiene que decidir si la sala es demasiado imponente, tiene que pensar si el público es erudito, tiene que medir si le compensa el esfuerzo, tiene que asumir... ¡quién me manda a mí meterme en esto!
Vuelvo a lo mismo de siempre. Tenemos un problema, y gordo, con la educación. Durante los años en los que tenemos sueños, la ilusión que nos impulsa es moldeada en un pequeño reducto físico y humano. Se convierte en decisivo si nos inculcan miedo o placer. Dura para toda la vida la primera sensación que percibimos, positiva o negativa.
Y en los actores sólo veo una especie de inconsciencia que les hace lanzarse de entrada, lo que no quita que después tengan sus nervios o su pellizco si son responsables con su profesión. Nosotros vivimos con el estómago encogido perennemente, pendientes del más mínimo comentario, del más mínimo roce que se haya podido percibir, de la carga psicológica con la que nos ha bombardeado tal o cual profesor, de la lucha interna entre los primeros y maravillosos años y aquellos en los que todo se nubló.
Lo repito cada vez que tengo ocasión: nadie tiene derecho a quitarnos la ilusión; nadie puede decirnos que no se puede; nadie puede cargarse nuestra vida.
Debería haber leyes, debería haber denuncias, debería haber castigos.

miércoles, 10 de abril de 2013

Albert Ivanovich

O dicho en Román Paladino, Alberto, hijo de Juan. Parece otra cosa, ¿verdad? Tiene más atractivo, vende mejor. ¿Hemos pensado lo que se valora en España a lo que viene de fuera? Da igual que sea mejor o peor, pero que sea extranjero.
Dejo sentado antes de continuar que no soy xenófobo de ningún país ni siquiera de ninguna autonomía, por más que los políticos quieran jugar con nosotros a las peleítas entre pandillas. Simplemente quiero expresar una especie de queja por un hábito que viene de muy antiguo como es pensar que lo español no es bueno. No voy a hablar de coches, electrodomésticos, libros, medicamentos, alimentos, ropa, ni nada por el estilo; sólo de música.
Ya he comentado alguna anécdota acerca de la manera de contratación en determinadas sociedades musicales, en las que con mis apellidos y viniendo del sur era imposible que fuese pianista. Frustrante. Con los años, y a base de insistir y pasear la grasia y el salero, logré que me contrataran por cómo tocaba, lisa y llanamente. Lo del piano siempre ha sido visto como algo tan elitista que parecía impropio de nuestra tierra. Un español necesitaba triunfar fuera para regresar con alguna posibilidad de éxito, y pienso en Albéniz, Granados, Falla, Turina, Rafael Orozco, Alicia de Larrocha, Joaquín Achúcarro o Esteban Sánchez, por citar a los indudables.
A menudo leo las programaciones de los auditorios, da igual de qué ciudad, y es imposible encontrar un nombre que tenga D.N.I. Si acaso, y dando gracias, dentro de esa sección B que permite a los teloneros actuar en una sala más pequeña, rellenando de paso el cartel por un precio mucho más barato, si no gratuito. Cuando vemos esos titulares de Ciclo de Grandes Intérpretes, olvídate.
Si hablamos de los solistas con orquesta, para dos o tres pianistas al año, un par de violinistas o chelistas y algo de viento, lo más cercano van a ser los propios miembros de la orquesta cuando el presupuesto no da para invitados de lujo.
¿Directores? Exceptuando los que tengan su propia orquesta, como invitado no viene ninguno, que después el intercambio del favor nos gusta que incluya viaje en avión.
Este es el panorama cotidiano que funciona en las alturas, en la primera división. Afortunadamente hay un buen número de salas, asociaciones y teatros que no se rigen por los grandes agentes o las discográficas, que son los que mueven los hilos comerciales y el mercado internacional. Ancha es Castilla.
Hace tanto ya que un intérprete español no tiene nada que envidiar a un ruso, o un francés o un alemán, que me choca seguir contemplando una rutina inmóvil. Es como si no se plantearan que lo importante es que la obra programada suene en condiciones, sino que se venda el producto por el envoltorio. He conocido músicos españoles con un talento insuperable que abandonan la carrera porque el trabajo se le da al de fuera. Hasta un prestigioso concurso internacional sigue considerando un premio para un español el ser seleccionado o, como máximo, pasar a las semifinales.
Creo que sólo nosotros, que además de músicos somos público y aficionados, podemos cambiar esta tendencia. Que no voy a negar que hay gente muy válida por ahí, pero que si no damos paso a los de aquí vamos a estar siempre 'invadidos'. Y la culpa es de los catetos, esos de los que ya hablé y tienen en sus manos el poder de contratación. Al final pasará como con los médicos, investigadores o ingenieros, que se los rifan fuera de nuestras fronteras por la preparación y calidad, y, aunque quieran quedarse, no tienen medios a su disposición para desarrollar su trabajo.
Aquí seguiremos viviendo del Spain is different, del sol, del flamenco y de la paella. ¡Hay que joderse!

domingo, 7 de abril de 2013

Medio pan y un libro

Estaba revisando unos correos antiguos y me topé con una felicitación navideña que envié en el año 2010 a varios amigos. Igual no es muy navideña, lo sé, pero me gusta salirme del mensaje típico. El texto es del discurso que Federico García Lorca ofreció en Fuente Vaqueros, su pueblo natal, al inaugurarse la biblioteca. Me gusta por su actualidad, como todo lo que escribió. ¡Qué bien nos conocía y qué bien nos retrató! 
Y también me gusta porque podemos igualmente pedir música,  música para el espíritu, música que nos ilumine.
 
 
Medio Pan y un Libro
Locución de Federico García Lorca al Pueblo de Fuente de Vaqueros (Granada). Septiembre 1931.
 
“Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.
Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.
No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.
Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?
¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.

miércoles, 3 de abril de 2013

Dámaso

Conocí a Dámaso García Alonso el 20 de noviembre de 1988. Gracias al primer premio del Concurso de piano de Albacete, obtuve una gira de conciertos por España que organizaba DARO Conciertos, una agencia radicada en Sevilla y hoy desaparecida. Como me esmeré por obtener buenos comentarios y críticas, logré que la agencia siguiera organizándome recitales y de ahí vino una segunda gira que incluía la ciudad de Granada.
Miembro fundador en 1961 (en que nací yo) y al frente de las Juventudes Musicales desde 1973, estaba un hombre algo introvertido pero con una gran vitalidad e ilusión por la música. Ese primer concierto se celebró en el Conservatorio 'Victoria Eugenia' y jamás lo olvidaré. Acompañaba al presidente su mujer, Mercedes, inseparable y cariñosa a más no poder.
A partir de esa primera vez, nuestros encuentros fueron constantes y frecuentes. Poco a poco fui descubriendo a un hombre que hacía su labor sin pretender la gloria, por auténtica vocación. Siempre tenía frases favorables tras mis recitales y la promesa de una vuelta a la mayor brevedad posible. Le encantaba mezclarse entre el público y me transmitía los comentarios que, como afortunadamente eran muy positivos, le hacían sentirse satisfecho por el deber cumplido como organizador (algo que no es nada fácil).
Fue también él quien, con una mano izquierda endiabladamente hábil, logró colarme varios estrenos de obras de compositores granadinos entre las obras que yo le proponía. Pensaba que era una misión importante dar a descubrir y fomentar a los autores locales y lo hacía y punto. No era nada impuesto, más bien parecía que era yo el que quería hacerlo y él el que aceptaba de buen grado. Habilidad, que se llama.
De su mano también fue mi debut en el magnífico Auditorio Manuel de Falla, de acústica exquisita. Pero si guardo un recuerdo emocionado muy especial, fue del año en que me invitó como miembro del jurado del concurso que también organizaba. Fue en la cena final. Me sentó entre Mercedes y él. Comentamos los aspectos propios de la competición y otros temas musicales y yo notaba que no me quitaba ojo. En el momento propicio se me acercó y me expresó su total admiración (con esas palabras justas) por el hecho de haber decidido dedicar mi vida al concertismo. Tal como lo escribo me vuelvo a emocionar. Con su larga experiencia, sus palabras han sido para mí un bálsamo y un aliento cuando era necesario.
A Dámaso no le hacían falta los apellidos, todos lo conocíamos por su nombre a secas. Y, al igual que su esposa nos dejó, ayer me enteré de casualidad que había fallecido hacía unos meses. Granada no volverá a ser igual para mí. Los recuerdos musicales siempre tuvieron su intervención, su estímulo y su abrazo.
Me hizo bien conocerle.