miércoles, 27 de marzo de 2013

Leer o estudiar

Hay muchos momentos en los que uno no quiere estar concentrado, que no quiere estar con los sentidos alertas. Al menos a mí me ocurre, que igual es cuestión de capacidades.
Dediqué una entrada a los Pianistas enciclopedistas en la que mostraba mi admiración e incluso envidia hacia esos pianistas que parecen absorber con la mirada las obras en cuestión de horas, pero no entraba en cuestión de por qué nosotros no hemos hecho lo mismo. Sí, es probable que hayan estado perfectamente dirigidos desde muy niños, que se haya sido con ellos muy exigentes y que ellos hayan respondido a la perfección. Nos queda la duda de con cuántos lo intentaron y se quedaron por el camino.
¿Qué hacemos los demás, los normales, los mortales? La primera reacción es resoplar para admitir que nosotros jamás podríamos haberlo hecho. Y la segunda es seguir con nuestra vida cotidiana, conocedores de nuestras limitaciones. Pero, ¡oh dioses del Olimpo!, llega un día en que descubres que las obras que te costaban tanto tocar eres capaz de leerlas sin demasiados problemas, y con mucho detallito resuelto casi a vista. Entonces viene esa especie de remordimiento vital en el que te culpas de haber sido un vago, un desastre, un inconstante, un viva la vida... Lo peor de lo peor.
Para no caer en el abismo, es necesario evaluar cada etapa objetivamente. No sería lógico, a todas luces, que hubiésemos resuelto las integrales matemáticas con seis o siete años, en el colegio; o que, con la misma edad, hubiésemos distinguido a Kant de Schopenhauer (Querer es esencialmente sufrir, y como vivir es querer, toda vida es por esencia dolor. Cuanto más elevado es el ser, más sufre...).
Por tanto, si vemos tan claramente en cualquier materia de estudio que la edad es importante para avanzar y aprender, no sé por qué somos tan intransigentes a la hora de compararlo con el piano. Es como si sólo tuvieran cabida aquellos cuya existencia emulara al pequeño Mozart. Y, claro, habiendo genios verdaderos, qué oportunidad tenemos nosotros.
Quizás un buen ejercicio, adecuado al avance de la edad, sería retomar esa infinidad de obras (y obritas, que también cuentan) que nos deleitaron incontables tardes (melancólicas o no) y echarles un rato de atención. Comprobaríamos que casi instantáneamente nos hacemos con ellas y, seguramente, reforzaríamos nuestra siempre escasa autoestima.
Hemos pasado la vida en constante esfuerzo hacia el más difícil todavía, con el sano estímulo del crecimiento, por lo que, obras en su día inalcanzables pasaron a conformarse con una o varias lecturas. Era placentero, por el gusto de tocar, que es muy loable y ya lo he defendido. Entonces, hoy, que tenemos multiplicadas las facultades, ¿qué nos impide abordar un buen puñado de ellas con un poco de más ganas y medios que un simple trapo del polvo?
Quizás estemos en un punto medio entre la lectura y el estudio, o en una especie de híbrido. Con menor esfuerzo lograríamos óptimos resultados. Sólo tendríamos que creérnoslo (de una maldita vez).

2 comentarios:

  1. Tengo buena lectura a primera vista, me gusta imprimir cosas y leer (las partituras de mediana dificultad), tengo problemas con respecto a estudiarlas, porque me da fiaca repetir pasajes, pero después escucho a pianistas tocar esos pasajes, y pienso "debería sentarme al piano para practicarlos". Saludos!!!!

    ResponderEliminar
  2. Llevas toda la razón. En muchas ocasiones el estímulo para volcarnos con una obra viene de escucharla a otro pianista y es muy sano. Y también, si no tenemos una fecha concreta o una actuación, es posible que nos quedemos en esa línea más cómoda de leer por placer. Supongo que cada cual debe decidir a qué obra 'le mete mano' y cuáles se quedan en 'stand by'.
    Muchas gracias por comentar. Mi más cordial saludo.

    ResponderEliminar