domingo, 31 de marzo de 2013

Como una cabra

Dicen los del tiempo que este mes de marzo ha sido el más lluvioso desde 1947, y lo noto. Humedad por todas partes, aire denso a nada que sube la temperatura, presión cambiante con cada borrasca que entra... Un poco incómodo para una zona en la que el sol es la energía natural en todos los aspectos.
Por eso ayer, después de comer, como había un respiro, salí con Beatriz a dar un paseo aunque con la pereza lógica del momento en que la sangre baja de la cabeza al estómago. Aún no podemos caminar por los carriles que delimitan los campos, auténticos barrizales. Tomamos la ruta hacia la Ermita del Valle, asfaltada, llevando como siempre mi bastón de marcha de tres tramos anodizados y telescópicos en aleación de aluminio, sistema de amortiguación de choques y vibraciones 'antishock system', punta de..., vamos, un palo de toda la vida pero de la sección de deportes de El Corte Inglés.
El efecto de un invierno lluvioso en una zona templada es que la primavera llega como en las historietas de los tebeos, como una explosión, de un momento para otro. Lo que eran extensiones áridas y marrones ahora son alfombras de largo pelo verde; las ramas desnudas de los árboles revientan de brotes; el azahar vuelve a invadir con su fragancia el aire tibio; las golondrinas vuelven de su refugio africano... Sólo falta como banda sonora la Pastoral de Beethoven (o ésta).
De repente paramos en seco. Un lastimero balido llegaba hasta nosotros desde muy cerca pero no podíamos ver qué o quién lo producía. Junto al cruce de la ermita hay un abrevadero y una caseta, pero no veíamos nada. Siguiendo la procedencia del sonido descubrimos a una pequeña cabra de pelaje color miel que, más que balar, llamaba a su madre: se había quedado rezagada del rebaño que habitualmente nos cruzamos.
Aquí comenzó una aventura propia de Enyd Blyton y Los Cinco (aunque fuésemos dos). Lo primero fue convencer a la cabrita de que tenía que seguirnos, de lo que se encargó Beatriz tras bautizarla con el nombre de María (no creo que fuera por la Semana Santa). Y lo consiguió. Lo segundo, decidir si el rebaño había ido o vuelto, más que nada para darles el encuentro. Qué pena que no llevaba el móvil ni la cámara de fotos: queda para el recuerdo la escena de los tres en fila india carretera abajo, cuidando que cada coche o moto que pasara lo hiciese despacio. Los restos que dejan al pasar eran escasos, así que dedujimos que iban a pastar ya que, cuando van de regreso, el asfalto parece cubierto por la carga volcada del repartidor de Conguitos. Traíamos el viento por la espalda y no podíamos escuchar nada que proviniese de nuestro destino hipotético. Se mezclaban ladridos, motores lejanos, multitud de cantos de pájaros... pero ningún balido. Una curva marcaba con exactitud el desvío que habían tomado a base de los conguitos (así nos entendemos mejor y es visualmente más agradable). Un largo sendero de tierra apisonada delimitaba los sembrados de los que nuestra compañera iba dando buena cuenta a cada rato. Entonces Beatriz, con su agudo oído, los localizó. No se veía nada ni yo había escuchado ningún cencerro, pero ella estaba segura. Topamos con otro sendero, que nos desviaba del principal, lleno de barro. Como llevábamos las botas 4x4 decidimos aventurarnos pero en dos segundos salimos de dudas: María comenzó a soltar alegres berridos incontrolados e inició un trote que seguimos a duras penas por temor a resbalar y ponernos perdidos. Tras una suave loma divisamos al pastor, con su perra de agua, y la sinfonía animal al completo. Junto a la valla metálica María llamaba a su madre, que ya la había destetado. Explicamos al pastor la peripecia quien nos lo agradeció porque, según nos dijo, lo normal es que cualquiera hubiese parado el coche, la hubiera montado y ¡se la hubiese cenado! A partir de hoy tenemos a nuestra disposición leche de cabra recién ordeñada cuando queramos.
La vuelta a casa iba envuelta en una leve euforia por la borrachera de oxígeno puro y por el repaso del rescate. Para reponernos, un poco de butaca, libro en el regazo y, por la fecha, como todos los años, la Pasión según San Mateo, versión de Harnoncourt.
Un día perfecto y sin poner un dedo sobre el piano.

4 comentarios:

  1. Me encanta el artículo. Por cierto que la leche de cabra es una auténtica delicia; el arroz con leche hecho con leche de cabra está de vicio. ¡Que aproveche!

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    1. Aunque sea por mi hija, que en cuanto oye 'arroz con leche' comienza a salivar y se le ilumina la cara, habrá que acercarse con el 'cuartillo' a ver al cabrero.
      Muchas gracias por comentar. Un cordial saludo.

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  2. Aún me estoy riendo solo de pensar en los 3 por los caminos buscando el rebaño para la pobre María... Un besazo

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    1. Si llego a tener el móvil encima hasta lo edito con música lacrimógena (o hubiese mandado una foto al periódico, que no vas a ser tú la única).
      Un beso fuerte de los cabreros por un día.

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