miércoles, 23 de enero de 2013

Sueños

¿Quién no tiene sueños por cumplir... o los ha tenido? Si un día optamos por estudiar piano ya estábamos soñando. Y mientras estudiábamos, ¿qué pensábamos, qué deseábamos, para qué lo hacíamos? Todo lo que nos pasaba por la cabeza eran sueños, idealizaciones, futuribles. Y, ¿qué hicimos?
Cuántas preguntas... En el año 83, con el título calentito bajo el brazo, todos mis sueños se vieron envueltos con papel de estraza a la espera de mejores tiempos. Comencé a trabajar (o, mejor dicho, continué trabajando) pues no había otra. La inercia de tantos años volcados en el piano me impedía frenar y estudiaba sin descanso entre clase y clase, en cada hueco que pillara. Tenía que ampliar repertorio y a la vez tenía que mantenerme (la vida de estudiante tiene grandes ventajas que son visibles sólo con la distancia).
El camino natural, en sueños, era continuar ampliando conocimientos en cualquier conservatorio de reconocido prestigio de cualquier país aventajado y con cualquier profesor renombrado: algo así como tirar un dardo a una diana especializada. Cualquiera servía. Pero había un centro, un país y un nombre que resonaban como un canon perpetuo: Tchaikovsky, Moscú y Bashkirov. Siempre tuve una idea romántica de lo que debía ser la música en ese conservatorio, quizás de una manera inconsciente, pero sólo lo hacía juzgando resultados. Cada vez que alguna orquesta o un solista venía de Moscú o había pasado por ese centro era como vislumbrar un objetivo. Qué voy a decir de los nombres de los pianistas que venían a occidente desde la URSS. Y el profesor, aunque no tuve la ocasión de acudir a uno de sus cursos, era amigo del mío.
La perspectiva que tenía por delante iba en detrimento del piano ya que el grueso de mi horario lo llenaba con clases de solfeo (en las que, por cierto, me lo pasé en grande). Por esa época apareció en mi vida el faro que siempre me ha guiado y, haciendo ella misma de tripas corazón, luchó tenazmente para conseguir que me embarcara en este proyecto: seis años de permanencia en Moscú a pleno rendimiento me daría fuelle para toda la vida. Sólo había un pequeño problema y es que España y la URSS no tenían establecido ningún tipo de cooperación cultural, por lo que la única manera posible era que fueran ellos los que te solicitaran y te becaran todos esos años. Y sólo había una plaza para toda España. Obviamente, se fue todo al traste (no quiero aburriros con los detalles).
Entonces, ¿me quedé sin sueños? Reconozco una gran decepción pero seguí manteniendo los ideales. Dos años después, ya casado y con mi hija en el mundo, me planteé irme (irnos) a la Manhattan en Nueva York, más fácil de conseguir, pero inviable económicamente. En vez de decepcionarme de nuevo, al 'faro' le salieron piernas y me pateó el trasero: la mayor locura de mi vida consistió en dejar la seguridad de un trabajo estable para realizar el sueño último, que no era otro que dedicarme al concertismo. Solo no lo hubiera hecho jamás, necesité mucho estímulo, pero Beatriz es así y no le teme a nada ni a nadie. Ya lo he dicho en varias ocasiones, y eso es estupendo. Y hasta hoy.
Si tenemos sueños (¿cómo no?), vamos a enfocar toda nuestra energía en cumplirlos y, si no pueden ser esos, en reciclarlos y seguir adelante ilusionados, para que nuestro paso por este mundo no esté marcado por las circunstancias sino por nuestros deseos más profundos, los que nos harán sentirnos vivos por habernos salido del camino vallado y señalado.

Nota: La Real Academia de la Lengua define la palabra 'sueño' como cosa que carece de realidad o fundamento, y, en especial, proyecto, deseo, esperanza sin probabilidad de realizarse.
Con perdón por la expresión... ¡y una mierda!


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