miércoles, 5 de diciembre de 2012

Manos heladas

Con el frío que ha hecho estos días es imposible que las manos estén entonadas. Parecen de piedra por lo que cuesta mover los dedos. Si hasta duele pulsar con fuerza las teclas.
Bueno, quizás debería hacer una pequeña observación: es posible que esto del frío lo notemos más en Andalucía que de Despeñaperros para arriba. Es lo que tiene el tópico del sol y el buen tiempo del Sur. Cada vez que viene un 'norteño' alucina con lo frías que son las casas porque no están preparadas para unas temperaturas tan bajas. Pues si en una de esas casas hay un piano cuyas teclas parecen sacadas de una nevera, podemos imaginar cómo están los músculos.
Ya sé que lo suyo es usar la calefacción, pero cuando digo que falta infraestructura es que hay que calentar cuarto a cuarto, pasillos aparte, o sea, que de calefacción central, nada de nada. Y, además, un gran inconveniente: el uso abusivo de radiadores y similares me produce dolor de cabeza y embotamiento. Así que, difícil solución.
Hecha esta introducción sobre la construcción, me centro en las manos. ¿Qué hacemos cuándo te invitan a dar un concierto en un maravilloso recinto, plagado de obras de arte, de acústica un poco excesiva y que invita a la concentración más absoluta pues fue pensado para el recogimiento? Exacto, una iglesia. Insisto, una iglesia de Andalucía, que por ahí arriba sale aire calentito del suelo e incluso los bancos están calefactados. Uno llega en su coche, con los cristales empañados, a temperatura ideal. Pero, claro, no nos bajamos y empezamos a tocar el recital, sino que hemos llegado con antelación. Nada más cruzar al interior, la primera bocanada te hace recordar un anuncio de caramelos de menta. No importa, hay bufanda, abrigo o polar y guantes calentitos. ¿Habéis leído alguna vez las instrucciones de una nevera o un congelador? Suelen traer una tabla de tiempos de refrigeración y congelación. Pues se puede usar tranquilamente para una iglesia. Afortunadamente, para congelar un buen trozo de carne hacen falta veinticuatro horas. Os puedo asegurar que no hay radiador que nos haga entrar en calor. Pero el concierto hay que darlo. No puedo dar recetas infalibles, pero he oído que es importante mantener el calor en los pies (y en la cabeza pero no vamos a salir como Gulda con su kipá). Debajo de la ropa elegante, todas las camisetas para la nieve que podamos. El propio esfuerzo de tocar hará que mantengamos unos grados suficientes para que la hipotermia no nos adormezca.
Pero, ¿y las manos? Seguimos con ese problema. Tengo un amigo que usa una cajita en cuyo interior combustiona (arde) un material. Es metálica y va forrada de terciopelo. La última vez que le vi usarla salió con quemaduras en las palmas. Yo suelo meterlas en los bolsillos de un polar que es muy calentito y duran por lo menos para la primera parte. Las recaliento en el descanso y así llego al final. No siempre lo consigo y me pregunto cuando acabo cómo he podido siquiera articular el más mínimo pasaje. No me lo explico. En una ocasión fui a Madrid a pedir una recomendación y me invitaron a ganármela, es decir, tuve que tocar así, sobre la marcha, lo primero que se me ocurriera. Recurrí a mi inefable Vals Mephisto sin caer en la cuenta de que en la calle estaba nevando y que el más mínimo golpe en mis dedos podría hacerlos añicos, como con el nitrógeno líquido. Y toqué. No sé qué fuerza tiene el cerebro para dar órdenes a pesar de las circunstancias. Hasta Mozart se quejaba del frío en las manos mientras esperaba en los palacios antes de actuar.
Lo que sí es verdad es que las manos frías no siempre se deben a la meteorología. Cuántas veces hemos estado helados en agosto (y no por el aire acondicionado precisamente). La única solución para que las manos estén calentitas del todo y relajadas aparece justo con el último aplauso, cuando llegamos al camerino (o a la sacristía). Entonces sí que podríamos tocar cualquier cosa. Mientras tanto, seguiremos buscando remedios.

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