domingo, 2 de diciembre de 2012

¿Dónde es el concierto?

Esta pregunta parece simple, intranscendente. Cuando nos contratan podríamos pensar sólo en para quién vamos a tocar, tanto el público como la entidad. También se piensa pues hay lugares que tienen más trascendencia que otros, aunque eso no deba influir en nuestra preparación (al menos en teoría).
Pero el lugar físico donde vamos a desplegar nuestras habilidades, ¿importa en realidad? La respuesta la tengo clara: sí, por supuesto que sí. Pasamos mucho tiempo preparando un recital para que nos dé lo mismo una sala que otra. Ya comenté en otra entrada lo diferente que era tocar un piano u otro.
Le daba vueltas a este asunto esta semana pues volvía a actuar al Antiguo Conservatorio María Cristina, en la ciudad de Málaga, donde realiza sus conciertos la Sociedad Filarmónica. La primera vez que pisé su escenario fue en el año 1987 (vaya, 25 añitos). Desde entonces he vuelto con regularidad, más o menos cada tres temporadas. Es una sala preciosa, llena de encanto y con una historia muy jugosa. Por allí han desfilado los mejores, desde Albéniz a Rubinstein, pasando por Sarasate y Kempff. Antes de la restauración integral por la que ha pasado, las paredes de los camerinos estaban llenas de fotos de todos los grandes que habían actuado años atrás y era muy emocionante pensar que iba a compartir algo con ellos o que alguna gracia me podría impregnar.
Ahora esa zona, oculta al público, se ha modernizado, lo que se agradece en algunos aspectos, pero ya podría ser cualquier otro camerino de cualquier otra ciudad. Ya no están los viejos tresillos para descansar ni las mesas de madera. Todo luce de un blanco impoluto y el mobiliario es funcional, adecuado a la vida moderna.
Es curioso, pero cuando ya has realizado el ensayo previo y toca refugiarse en el camerino, la antigüedad de los objetos te ayuda a viajar en el tiempo, a trasladarte a otra época. Igual no sirve de nada pero el ambiente, a veces, hace que nuestra 'interpretación' parta de un punto más cercano a los compositores.
Hoy se tiende a la normalización, al estándar: casi todos los auditorios son iguales, como pensados para conciertos en serie y no para lograr momentos especiales, únicos. Igual este punto de vista me viene porque ya tengo una edad y desde pequeño conocí teatros más clásicos, con butacas de cuero, decoraciones exuberantes, luces más amarillentas, olor a metales limpios, a ambientadores... El evocar estas sensaciones está claro que es algo muy personal y, objetivamente, no tienen que influir para nada en lo que después hagamos, pero me gusta, tiene algo del romanticismo del principio de las decisiones.
Y me queda por comentar la acústica de este Antiguo Conservatorio: tienen un magnífico Steinway gran cola, con sus años pero que conserva una magnífica pulsación, sobre todo para los pianísimos, que llena con facilidad todo el espacio. Siempre ha sido de una gran ayuda. En esta ocasión, que he actuado junto a mi hija Beatriz, necesité ejercer todo el control posible sobre el teclado para que la belleza del sonido de su violonchelo no fuera ahogada por semejante cañón. Eso me permitió relajarme al máximo pues con sólo posar las manos ya fluía el sonido, así que fue como tocar con la dirección asistida en modo City.

Por todo lo dicho, no me da igual una sala que otra, me siento más cómodo en unas que en otras y ya iré hablando de cuáles son en futuras entradas. ¡Ah!, se me olvidaba lo más importante: el público, como siempre, de lo más cariñoso.

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