domingo, 30 de diciembre de 2012

Escuchar música

A menudo nos centramos tanto en el estudio, en dedicar todo nuestro tiempo disponible a mover los dedos, que nos olvidamos de la música. Y no me refiero a la de la obra que en ese momento estemos trabajando sino a la música como placer, como afición. ¿No os pasa que muchas veces un aficionado, un no profesional, sabe más de un intérprete, de una pieza, de una orquesta, de un estilo o de la historia que uno mismo? Parece que nosotros deberíamos tener siempre todos los datos, que para eso hemos estudiado. Estamos oyendo un bis fuera de programa y todas las miradas conocidas se vuelven hacia nosotros a la espera de obtener un título y un autor. ¿Tenemos siempre la respuesta? Seguro que no. Y una voz lejana, de un habitual de los conciertos que igual trabaja detrás de una ventanilla en una oficina de un banco, suelta con seguridad la respuesta a la incógnita y nos deja atónitos.
Normalmente me ocurre que todo me suena, que reconozco melodías y ritmos que sigo sin problemas, pero se me queda en la punta de la lengua el título exacto. Creo que eso nos pasa a todos pues hay mucha música. Obviamente no hablo del repertorio habitual, ese que tenemos machacado a lo largo de los años, sino de obras que no hemos estudiado. Y, cuando eso me sucede, concluyo que he escuchado poco tales o cuales obras.
Igual que tenemos que elaborar nuestro repertorio, nuestra base sólida de autores y estilos, debemos tener una discoteca lo suficientemente amplia y lo suficientemente escuchada. ¿Seguro que habéis disfrutado todos los discos que tenéis? Imposible. Siempre hay una colección más grande, de esas que edita Brilliant Classics, por ejemplo, con más de cuarenta Cds. Si echamos un rápido vistazo al catálogo que tiene esta casa discográfica veremos que conocemos muy poco. Si hay infinitas partituras que jamás llegaremos ni a abrir, cuántos registros sonoros nos perderemos.
Por eso creo que es importante, vital, no olvidar que, además de profesionales de la música, somos aficionados a ella. Si dejamos de considerarla como un trabajo igual recuperamos el gusto por estar un buen rato, con o sin auriculares, simplemente transportados por los sonidos.
Ayer por la tarde, tras la sobremesa, estuvimos en casa en torno al brasero, cada uno con un libro y con la ópera Werther de Massenet de fondo. Mira que lo intento pero no puedo. No puedo leer con música pues mis sentidos se van inevitablemente hacia ella. Por eso cerré los ojos (conservando la consciencia) y dejé que la voz de José Carreras me emocionara como en tantas otras ocasiones (en una grabación dirigida por Colin Davis en Covent Garden).
En momentos así el mundo se detiene, nada enturbia mi mente, no existen los problemas. La música tiene un poder tan grande que no deberíamos olvidarlo tan fácilmente.

Hagamos propósito para el nuevo año de escuchar mucha música, de sentirla, de vivirla. Y se sobreentiende que no ha de ser sólo piano: mucha cámara, mucha orquesta... Todo y de todo. Convirtámonos de nuevo en aficionados para disfrutar, sólo disfrutar.
Feliz 2013.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Pollo con ciruelas

La tarde del día de Navidad me gusta recalar en el sofá y disfrutar de una película en compañía de los míos (en este caso, las mías). Le tocó el turno a una historia ambientada en Irán titulada Poulet aux prunes (Pollo con ciruelas). Era más bien un cuento con algo de realismo mágico, arropado por una música espléndida de Olivier Bernet y Roman Vinuesa, con el violín de Renaud Capuçon, basada en las historietas de Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud.
El protagonista es un violinista casado por insistencia de su madre con una profesora de matemáticas a la que no quería, que pasó su vida enamorado de la hija de un relojero que prohibió la boda por tratarse de un músico (a partir de aquí esbozo una leve sonrisa y el estómago empieza a revelarse). Transcribo parte del diálogo, que no tiene desperdicio:
- ¿Cómo se atreve a venir a mi casa a pedir la mano de mi hija? Conozco la pasión pero la realidad de la vida es otra. Usted es músico, por Dios. ¡No tiene dinero! ¿Cómo hará para mantener a mi hija? ¿Ya lo ha pensado?
- Trabajaré, ganaré dinero.
- ¿Con qué medios? ¿Con qué trabajo? ¿Desde cuándo un artista se gana la vida decentemente?
- Señor, la quiero.
- Pues demuéstrelo. Salga de su vida. No le estropee el futuro.

La mirada de Beatriz y su sonrisa espléndida hacen que se normalice mi aparato digestivo. Ya lo dije hace unos días, que no se puede estar tranquilo en ningún sitio pues, cuando menos te lo esperas, te asalta un diálogo conocido.
Previa a esta escena, una voz en off relata que desde la infancia tenía una única pasión, la música. Así que, a los 21 años, su madre lo envió a estudiar con el mejor maestro de la época. A veces el maestro lo desorientaba porque parecía tener ideas terriblemente negativas sobre él:
- No tengo nada que decir de la técnica, es excelente. Pero tu música ¡es una mierda! Cualquier idiota puede tener la técnica, no se trata de eso, se trata de arte, porque gracias a él comprendemos la vida. El instrumento sólo está aquí para hacer brotar la luz. Tus dedos se mueven y salen sonidos, pero están vacíos, es la nada. No hay nada. La vida es un aliento, la vida es un suspiro y debes apoderarte de ese suspiro.
(Tras la negativa del relojero a la boda es cuando comienza a tocar con pasión).

Me parece que voy a tener que cambiar el hábito de ver películas y dedicarme a mirar el cielo desde la azotea disfrutando del vuelo de los pájaros, la formación de las nubes y el trabajo incesante de las cigüeñas.
Contemplemos la vida y vivámosla. Pero no tengo nada claro que del dolor pueda salir el arte verdadero. Siempre se le ha atribuido poderes mágicos a la tragedia, tanto para pintores, músicos y escritores. Yo prefiero que el arte conviva con la felicidad, con el bienestar, con la paz. Lo otro queda muy poético pero el sufrimiento cuanto más escaso mucho mejor. Así que, a vivir y a disfrutar para llegar a ser buenos músicos.

domingo, 23 de diciembre de 2012

Imágenes (para El Principito)

Cada vez que toco con mi hija Beatriz esta obra que compuse hace unos años para violonchelo y piano ocurre lo mismo: se acerca una buena parte del público con los ojos brillantes a felicitarnos, confiesa haber llorado de emoción y prometen releer el libro. La siguiente pregunta es dónde pueden comprar el Cd y mi respuesta siempre era la misma: no está grabada, así que, en ningún sitio.
Este curso me propuse cambiar dicha respuesta e hicimos una grabación en directo de un concierto, más que nada para que las sensaciones que se provocan estuviesen vivas. Y así ha sido. Tenemos por fin un disco que llevamos a cada actuación y, ahora sí, quien quiera puede volver a escuchar el concierto cuantas veces desee.
Nunca me consideré compositor y no quiero entrar en competencia con los que han elegido ese camino como profesión. Ni siquiera lo considero un complemento sino, más bien, una necesidad. Quería tener una obra distinta, al margen del repertorio tradicional, y quería que se pudiera tocar en cualquier círculo musical. Así que recurrí a mi intuición, a mi oído, a los compositores que venero y, cómo no, al propio libro de Antoine de Saint-Exupéry. La música se oye sin ningún problema y está al servicio del mensaje que encierran esas páginas universales. He evitado recurrir a cualquier artificio y a cualquier ejercicio de virtuosismo. ¿Para qué? Sólo leía y releía hasta que las imágenes se iban transformando en música.
Aún me sonrojo cuando escucho los comentarios tras la actuación pues como pianista nunca me he tenido que preocupar por responder de la obra sino de su ejecución. Afortunadamente mi hija se lleva buena parte de la gloria y acepta los elogios mucho mejor que yo.
De los capítulos que componen el libro seleccioné trece, los que me parecieron más trasladables a la partitura: El Vuelo, Puesta de Sol, La Flor, El Rey de Púrpura y Armiño, El Bebedor Avergonzado, El Hombre de Negocios, La Serpiente en el Desierto, El Jardín de Rosas, El Zorro Domesticado, Un Pozo en el Desierto, La Búsqueda con el Corazón, La Risa de las Estrellas y El Regreso.
Tras estos años interpretándola, cada vez que la toco sigo sintiendo una sensación estupenda. Por eso la quiero compartir desde este blog. He abierto una nueva página, a la que se accede arriba, por si alguien quiere conseguir el Cd.

Que paséis unas muy Felices Fiestas y, como dice El Principito, "que los adultos conservemos lo mejor de nuestra alma de niños".

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Depende de mí

Poco a poco, tacita a tacita, el número de entradas va creciendo. Ya sé que es un tópico, pero cuando se empieza a escribir no está nada claro si el final del blog será cercano o se podrá estirar lo suficiente sin que decaiga el interés. El caso es que ésta es la número 100, así que, como se suele decir en los cumpleaños, por lo menos otros tantos.
Siempre me planteo antes de comenzar a escribir si ese día optaré por abordar un problema o por comentar alguna historia gratificante. No es fácil decidir porque en el fondo siento que la parte difícil de nuestra carrera es la que puede interesar más. Pero inmediatamente pienso en que si no describo los momentos felices y positivos estaría mutilando la realidad. En el equilibrio debería estar la virtud aunque lo deseable sería que la música, el piano, fuera de verdad un mundo maravilloso. Que lo sea va a depender de si lo controlamos desde nuestro interior o dejamos que los elementos externos gobiernen nuestros sentimientos. ¡Qué fácil es decir esto!
No dejo de aprender por cualquier lado que vaya, con cualquier libro que lea o con cualquier película que disfrute. Ayer mismo, viendo una serie en televisión, Anatomía de Grey, volví a constatar algo que siempre me ha impresionado de los norteamericanos: cómo tienen perfectamente delimitadas las parcelas. La familia por un lado, el trabajo por otro, la propia persona siempre... Llaman a las cosas por su nombre, por muy crudo que pueda ser, para, a continuación, aclarar que 'no es nada personal'. Continuamente, ante los problemas, se dicen frases del tipo 'madura de una vez', 'aclárate las ideas' o 'tienes que decidir ya'.
Por supuesto que son guiones y es muy fácil concretar los pensamientos en pocas líneas sin hacerse un lío ni decir justo lo contrario de lo que se desea, pero yo aprendo. En una escena en concreto, una doctora entró en el ascensor y encontró a un compañero llorando al que habían pillado engañando a su prometida (qué original). Esta doctora acababa de ser despedida y portaba su típica caja de cartón en la que caben años de vida. Se dirigió al chico y le dijo: "¿Me ves llorar? Me acaban de despedir y no sé qué va a ser de mí, pero no lloro. Sólo sé que mi futuro depende al cien por cien de mí y de nadie más. No tengo ningún miedo. Mi vida depende de mí."
Si pudiéramos sentir y pensar así, convencidos de esta sentencia tan clara, nos ahorraríamos el ochenta por ciento de nuestros malos momentos. En la vorágine de la vida, los que tienen definido su objetivo ya tienen la ventaja asegurada para conseguirlo.
Yo creo que los pianistas pensamos demasiado y escuchamos demasiados comentarios. Todo debería ser más sencillo y de hecho lo es, pero nos negamos a levantar la vista y mirar con ojos despejados. La dificultad va intrínseca en la profesión, pero como en todas. ¿O es fácil abrirle a alguien el tórax, sacarle el corazón, hacerle un recauchutado de venas y arterias, volver a rellenar el hueco, hacer un zurcido decente y en horas o días aquí no ha pasado nada? Que se podía haber muerto la criatura. ¡Igualito que nosotros!
No, no somos patéticos, somos buena gente, somos crédulos, somos confiados y estamos a disposición de la dirección del viento. Igual deberíamos cerciorarnos de con qué tripulación convivimos y si daríamos la vida por nuestro capitán (esto es lo que tiene tanta tele). Igual, aunque sea en una embarcación muy pequeñita, podemos elegir nuestro rumbo, lograr nuestra velocidad adecuada y disfrutar de las olas, las nubes y las gaviotas. Cuando venga el temporal, tendremos la sabiduría y la fortaleza para capearlo.
Es nuestra ruta, nuestra vida... y depende únicamente de nosotros.

domingo, 16 de diciembre de 2012

BWV 846

Por si algún despistado pasa por aquí, aclararé que no estoy vendiendo ninguna moto de gran cilindrada. Esta numeración se corresponde con una de esas pequeñas, y enormes a la vez, obras de arte que Bach nos dejó para el disfrute diario.
En apariencia, muy sencilla de tocar, en esa tonalidad de Do mayor que nos inculcaron desde pequeños que era la más fácil y que con el tiempo descubrimos que era muy engañosa. Creo que todos conocemos varias versiones del Clave bien temperado porque es una colección que se ha grabado bastante bien. Así, numerosos pianistas de renombre la tienen en su discografía.
Me gustaría comentar, muy por encima, algunas de ellas, para ver que esto de tocar el piano, o mejor dicho, interpretar, es muy complejo y admite infinidad de variantes. De paso, dejo constancia de mi total desacuerdo con esas opiniones que dicen ser la única verdad y que tanto abundan.
Podemos comenzar por la de Wanda Landowska, pionera absoluta con su clavecín, preparado o no, que me ha sorprendido positivamente por su tiempo (hacía siglos que no la oía y la tengo en LP), cadencia final incluida.
Sin abandonar el clavecín, podemos saborear la de Gustav Leonhardt, de quien ya comenté que fue un gratísimo descubrimiento. ¿Y ésta de Bob van Asperen? Ya empezamos con las cosas raras.
Rosalyn Tureck está considerada como una gran especialista y, sin embargo, esta versión me da un poco de bajona. Ahora, la escuché en directo en Sevilla allá por los 80 y fue alucinante el manejo de voces que la señora realizó. Impresionante. Un personaje curioso a quien tuve como jurado en el 'Pilar Bayona' de Zaragoza en el 85.
¿Qué hacemos con nuestro querido Glenn Gould? Sin comentarios, que ya los hace él mismo. Pero, oh sorpresa, escuchad al magnífico Grigory Sokolov haciéndole la competencia aunque un poco más rápido (y no os perdáis la Fuga).
Andras Schiff ha dejado dicho que el pianista que no toca a Bach no se puede considerar pianista. Un poco exagerado pero dicho queda y siempre se remueve algo por ahí dentro. Ahí están sus líneas de fraseo. Vosotros mismos.
Angela Hewitt, esa pianista canadiense con tan buenas versiones de Bach, lo ha grabado dos veces en menos de una década. Esta creo que es la segunda, la de 2008 (no encuentro la de 1999 aunque la tengo en mi ordenador).
Al frecuentemente precipitado virtuosismo de Vladimir Ashkenazy (¡quién pudiera!) se opone esta versión pausada.
Y acabo esta lista interminable, por no decir infinita, con la versión que desde que la oí transformó la idea que tenía de Bach al piano, la de Sviatoslav Richter, cualquier cosa.

Bueno, pues a ver quién es el guapo que se atreve ahora a decirnos que esta obra hay que tocarla de una manera concreta (y me refiero, por extensión, a todo el repertorio). ¡Qué grande es la música! 



miércoles, 12 de diciembre de 2012

Algo de magia


Hay una frase de Mozart que dice así: “Vivir bien y vivir felices son dos cosas distintas. Y la segunda, sin algo de magia, seguramente no me ocurrirá”.
Estaba a punto de escribir una nueva entrada, desperezándome de una breve siesta, cuando un ángel me la sopló al oído (más bien me la introdujo hasta depositarla en el epicentro de la cabeza). A bote pronto pensé en otra de las frases que más me impactó de este genio, que sólo quería que le quisiesen (no es poco pedir), pero vi el potencial atemporal que encerraba la primera.
Traslademos a nuestros días esas palabras y veremos que la globalización nos ha hecho instalarnos en el primer objetivo, vivir bien. Todo, absolutamente todo, se traduce en dinero. Vivir bien implica una buena casa (o, mejor, varias), coches de gama alta, ropas de diseño, joyas, relojes deslumbrantes (o pelucos)… (no sigo porque me aburre esta enumeración propia de horteras televisivos).
Parece que éste y no otro ha de ser el principal objetivo de nuestras vidas, cuando no el único.
Añadamos los tiempos convulsos que parecen eternos y esta crisis cuyos beneficiarios no están dispuestos a ponerle fin. Con estos ingredientes, lo de la buena vida está un poco más lejos de nuestro alcance. Pero ya nos está diciendo Mozart que no tiene nada que ver con ser felices, que esto necesita de algo de magia para que suceda.
Junto con la frase inicial, el ángel me sopló un añadido en forma de cuento escrito por Milena Agus en el que la felicidad había llegado a los miembros de una familia en forma de pérdida de bienes materiales junto con su mudanza a una parcela de tierra en medio de unos montes que daban al mar. La subsistencia primaria obtenida de la tierra y unas pocas gallinas, la relación pacífica con los vecinos y el alejamiento de la gran ciudad habían significado para estas personas, antes acomodadas y con buen nivel intelectual, el regreso a su camino adecuado.
Hace unos años que me trasladé a vivir a un pequeño pueblo. El mayor inconveniente es justamente el alejarse de todo lo que ofrece una urbe desarrollada, pero nada más. El jardín que disfruto no está en mi casa, sino que son cientos de hectáreas llenas de olivos, girasoles, trigales, flores silvestres, naranjos, eucaliptos, pinos, vides e innumerables hortalizas. Los animales de compañía son los pájaros, las ovejas, los caballos, los perros, las hormigas, las abejas, las mariposas, los grillos, los gatos y todo lo que podáis imaginar.
Si a este escenario le añadimos una ocupación como la nuestra, la música, y si somos receptivos y estamos alertas ante la aparición de algún hecho mágico, es muy probable que sintamos frecuentes momentos de destello luminoso. Pero estoy seguro de que la magia no necesita siquiera de un decorado. Es verdad que ayuda pero no es imprescindible. La magia nos puede llegar cuando menos la esperamos al abrir un libro, al ver una película, en torno a una buena mesa o sentados al piano. La cabeza que tanto nos cuesta dominar es la que tiene que dejarnos disfrutar con total plenitud esos momentos cotidianos que, sumados y acumulados, escribirán nuestra vida.
La magia, la felicidad, suelen llegar de manera inesperada, sin previo aviso. Tenemos que intentar que nuestro espíritu se calme, lograr un estado más o menos estable de serenidad e hilar una sucesión de vivencias, pasadas y presentes, para que el materialismo de este mundo no empañe nuestra sensibilidad y nos haga estar ciegos ante los dones que nos han sido concedidos y que nos rodean.
 
El ángel siempre me recuerda que el dinero no es más que ‘papelitos de colores’, que nos permiten comprar cosas, pero nada más. Lo importante es lo que hagamos con nuestra vida, cómo la rellenemos y con quién la compartamos. Entonces veremos que la magia existe y nos rodea. Entonces, igual comenzamos a vislumbrar la felicidad.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Disciplina

En varias entradas he escrito acerca del disfrute personal, del tiempo libre, incluso de la necesidad de parar en el estudio o aflojar la intensidad para que no se nos vaya la olla. Eso lo tengo claro a estas alturas de mi vida, lo que no significa que me resulte aún de fácil aplicación (para eso está uno marcado con un hierro candente).
Pero estoy convencido de que no podremos lograr ningún objetivo si no tenemos un mínimo razonable de disciplina. Por mucho que nos cuenten y queramos creernos, nadie llega a nada con el piano si no tiene disciplina. Lo de la facilidad, los niños prodigios u otros bichos raros es un cuento si no van acompañados de un esfuerzo constante y largo en el tiempo. Ya he contemplado demasiados casos de jóvenes promesas perfectamente dotadas para la música a las que el sistema de trabajo que requiere nuestro querido instrumento ha dejado fuera del camino.
Creo que es fundamental aplicarla en muchos campos, hasta para asuntos menores y cotidianos. La tendencia al mínimo esfuerzo no tiene por qué ser despreciada si obtenemos el resultado que nos proponemos. Pero habitualmente solemos necesitar un poquito más. ¿Qué hacemos cuándo tenemos por delante una obligación, un encargo, una tarea..., lo que sea, y no tenemos demasiadas ganas de cumplirla? Pues que tiramos de la disciplina y listo. Es cuestión de hábito. Por mucho que en nuestra educación hayan metido el trabajo como la glorificación del ser humano, el pasarlo bien y divertirse son igualmente sagrados (esta parte no la dan en clase o yo falté ese día). Sólo hay que dividir cada parcela y cuidarla como corresponde.
Quiero explicarme bien para que no pueda parecer que un pianista sólo vive del estoicismo y rehúye el epicureísmo (...). En serio, lo más difícil de todo en la vida es lograr el equilibrio. Por mucho que leo al respecto, la palabra disciplina aparece como el verdadero motor de cualquier actividad. Y hace falta aplicarla también para el ocio. Si no nos aplicamos en tener un tiempo dedicado a desconectar, a evadirnos, es probable que las horas muertas pasen sin pena ni gloria con nuestra obsesión en no separarnos del piano (aquí los jueces deberían imponernos el alejamiento como medida preventiva a la comisión de futuros delitos, en especial contra nosotros mismos).
Cuando por muchos sitios distintos me preguntan cómo se puede dedicar uno al concertismo no tengo una respuesta mágica. Es más, sé que hay buenísimos pianistas que viven esperando que su hada madrina aparezca con la varita. Pero esto es como la lotería, que nunca toca. Nos toca a cada uno poner todo de nuestra parte para conseguir lo que, en pleno uso de nuestras facultades mentales (o, igualmente, con el juicio perdido, lo mismo da), nos propusimos ese día en el que vislumbramos nuestro horizonte y nos gustó tanto que nos pusimos en marcha. Sin disciplina, la euforia del comienzo dura muy poco. Enseguida llegan las dificultades, externas e internas, las dudas, el cansancio, las distracciones. Si no lo tenemos claro y no conseguimos una inercia trabajada, lo normal es que abandonemos o nos quedemos a medio camino, en un estado de decepción nada deseable.
En mis años finales de carrera pertenecí a la tuna de mi Colegio Mayor (adiós a mi escaso prestigio). La fama de golfos y crápulas que poseen los tunos es inmerecida (?). ¡Es mucho peor! Cuento esto para acabar porque, tras las salidas nocturnas a rondar a las amigas y novias, regresando con el amanecer de un domingo cualquiera, servidor ponía el despertador a las pocas horas para sacar un buen rato de estudio antes de comer y otro por la tarde. Hubiera estado mejor en la cama, como el resto, pero me imponía ese horario porque era vital para mí no dilatar mi etapa en el conservatorio. Tenía claro el objetivo y no quedaba otra.
En fin, que lo cortés no quita lo valiente. Ahora mismo usaré toda mi disciplina para descansar un buen rato.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

Manos heladas

Con el frío que ha hecho estos días es imposible que las manos estén entonadas. Parecen de piedra por lo que cuesta mover los dedos. Si hasta duele pulsar con fuerza las teclas.
Bueno, quizás debería hacer una pequeña observación: es posible que esto del frío lo notemos más en Andalucía que de Despeñaperros para arriba. Es lo que tiene el tópico del sol y el buen tiempo del Sur. Cada vez que viene un 'norteño' alucina con lo frías que son las casas porque no están preparadas para unas temperaturas tan bajas. Pues si en una de esas casas hay un piano cuyas teclas parecen sacadas de una nevera, podemos imaginar cómo están los músculos.
Ya sé que lo suyo es usar la calefacción, pero cuando digo que falta infraestructura es que hay que calentar cuarto a cuarto, pasillos aparte, o sea, que de calefacción central, nada de nada. Y, además, un gran inconveniente: el uso abusivo de radiadores y similares me produce dolor de cabeza y embotamiento. Así que, difícil solución.
Hecha esta introducción sobre la construcción, me centro en las manos. ¿Qué hacemos cuándo te invitan a dar un concierto en un maravilloso recinto, plagado de obras de arte, de acústica un poco excesiva y que invita a la concentración más absoluta pues fue pensado para el recogimiento? Exacto, una iglesia. Insisto, una iglesia de Andalucía, que por ahí arriba sale aire calentito del suelo e incluso los bancos están calefactados. Uno llega en su coche, con los cristales empañados, a temperatura ideal. Pero, claro, no nos bajamos y empezamos a tocar el recital, sino que hemos llegado con antelación. Nada más cruzar al interior, la primera bocanada te hace recordar un anuncio de caramelos de menta. No importa, hay bufanda, abrigo o polar y guantes calentitos. ¿Habéis leído alguna vez las instrucciones de una nevera o un congelador? Suelen traer una tabla de tiempos de refrigeración y congelación. Pues se puede usar tranquilamente para una iglesia. Afortunadamente, para congelar un buen trozo de carne hacen falta veinticuatro horas. Os puedo asegurar que no hay radiador que nos haga entrar en calor. Pero el concierto hay que darlo. No puedo dar recetas infalibles, pero he oído que es importante mantener el calor en los pies (y en la cabeza pero no vamos a salir como Gulda con su kipá). Debajo de la ropa elegante, todas las camisetas para la nieve que podamos. El propio esfuerzo de tocar hará que mantengamos unos grados suficientes para que la hipotermia no nos adormezca.
Pero, ¿y las manos? Seguimos con ese problema. Tengo un amigo que usa una cajita en cuyo interior combustiona (arde) un material. Es metálica y va forrada de terciopelo. La última vez que le vi usarla salió con quemaduras en las palmas. Yo suelo meterlas en los bolsillos de un polar que es muy calentito y duran por lo menos para la primera parte. Las recaliento en el descanso y así llego al final. No siempre lo consigo y me pregunto cuando acabo cómo he podido siquiera articular el más mínimo pasaje. No me lo explico. En una ocasión fui a Madrid a pedir una recomendación y me invitaron a ganármela, es decir, tuve que tocar así, sobre la marcha, lo primero que se me ocurriera. Recurrí a mi inefable Vals Mephisto sin caer en la cuenta de que en la calle estaba nevando y que el más mínimo golpe en mis dedos podría hacerlos añicos, como con el nitrógeno líquido. Y toqué. No sé qué fuerza tiene el cerebro para dar órdenes a pesar de las circunstancias. Hasta Mozart se quejaba del frío en las manos mientras esperaba en los palacios antes de actuar.
Lo que sí es verdad es que las manos frías no siempre se deben a la meteorología. Cuántas veces hemos estado helados en agosto (y no por el aire acondicionado precisamente). La única solución para que las manos estén calentitas del todo y relajadas aparece justo con el último aplauso, cuando llegamos al camerino (o a la sacristía). Entonces sí que podríamos tocar cualquier cosa. Mientras tanto, seguiremos buscando remedios.

domingo, 2 de diciembre de 2012

¿Dónde es el concierto?

Esta pregunta parece simple, intranscendente. Cuando nos contratan podríamos pensar sólo en para quién vamos a tocar, tanto el público como la entidad. También se piensa pues hay lugares que tienen más trascendencia que otros, aunque eso no deba influir en nuestra preparación (al menos en teoría).
Pero el lugar físico donde vamos a desplegar nuestras habilidades, ¿importa en realidad? La respuesta la tengo clara: sí, por supuesto que sí. Pasamos mucho tiempo preparando un recital para que nos dé lo mismo una sala que otra. Ya comenté en otra entrada lo diferente que era tocar un piano u otro.
Le daba vueltas a este asunto esta semana pues volvía a actuar al Antiguo Conservatorio María Cristina, en la ciudad de Málaga, donde realiza sus conciertos la Sociedad Filarmónica. La primera vez que pisé su escenario fue en el año 1987 (vaya, 25 añitos). Desde entonces he vuelto con regularidad, más o menos cada tres temporadas. Es una sala preciosa, llena de encanto y con una historia muy jugosa. Por allí han desfilado los mejores, desde Albéniz a Rubinstein, pasando por Sarasate y Kempff. Antes de la restauración integral por la que ha pasado, las paredes de los camerinos estaban llenas de fotos de todos los grandes que habían actuado años atrás y era muy emocionante pensar que iba a compartir algo con ellos o que alguna gracia me podría impregnar.
Ahora esa zona, oculta al público, se ha modernizado, lo que se agradece en algunos aspectos, pero ya podría ser cualquier otro camerino de cualquier otra ciudad. Ya no están los viejos tresillos para descansar ni las mesas de madera. Todo luce de un blanco impoluto y el mobiliario es funcional, adecuado a la vida moderna.
Es curioso, pero cuando ya has realizado el ensayo previo y toca refugiarse en el camerino, la antigüedad de los objetos te ayuda a viajar en el tiempo, a trasladarte a otra época. Igual no sirve de nada pero el ambiente, a veces, hace que nuestra 'interpretación' parta de un punto más cercano a los compositores.
Hoy se tiende a la normalización, al estándar: casi todos los auditorios son iguales, como pensados para conciertos en serie y no para lograr momentos especiales, únicos. Igual este punto de vista me viene porque ya tengo una edad y desde pequeño conocí teatros más clásicos, con butacas de cuero, decoraciones exuberantes, luces más amarillentas, olor a metales limpios, a ambientadores... El evocar estas sensaciones está claro que es algo muy personal y, objetivamente, no tienen que influir para nada en lo que después hagamos, pero me gusta, tiene algo del romanticismo del principio de las decisiones.
Y me queda por comentar la acústica de este Antiguo Conservatorio: tienen un magnífico Steinway gran cola, con sus años pero que conserva una magnífica pulsación, sobre todo para los pianísimos, que llena con facilidad todo el espacio. Siempre ha sido de una gran ayuda. En esta ocasión, que he actuado junto a mi hija Beatriz, necesité ejercer todo el control posible sobre el teclado para que la belleza del sonido de su violonchelo no fuera ahogada por semejante cañón. Eso me permitió relajarme al máximo pues con sólo posar las manos ya fluía el sonido, así que fue como tocar con la dirección asistida en modo City.

Por todo lo dicho, no me da igual una sala que otra, me siento más cómodo en unas que en otras y ya iré hablando de cuáles son en futuras entradas. ¡Ah!, se me olvidaba lo más importante: el público, como siempre, de lo más cariñoso.