domingo, 4 de noviembre de 2012

Fama

Me llegó hace dos días un video por el canal de Youtube Pianotreasures, que no para de subir audios y videos interesantes, por antiguos y desconocidos, de una pianista brasileña llamada Yara Bernette, de la que desconocía absolutamente todo. Es el audio de veinte Preludios de Rachmaninoff en la, por lo visto, primera grabación que se hizo de dichas obras (casi) completas.
Continuamente me encuentro con pianistas de cualquier nacionalidad, de un nivel altísimo, de los que oigo su nombre por primera vez. Me parece asombroso ya que estamos acostumbrados a mencionar a las grandes estrellas que, sin restarles mérito, lo son en buena parte gracias al respaldo de sus casas discográficas. Esto es lo que tiene el mercado, el marketing. Siempre son los mismos, desde hace muchos años ya, los que nos sirven de referencia, los que creemos únicos. Y, sin embargo, hay miles y miles de artistas que dedicaron su vida al piano y nunca tendremos noticias de ellos.
Muchas veces oímos decir que tal pianista es muy bueno pero que ni comparación con aquel otro de menor fama. Es como si sólo dicha fama fuera el baremo de la calidad. Recuerdo cuando Emil Gilels salió de la URSS y lo alababan como a un dios, cómo a él no se le caía el nombre de Sviatoslav Richter de la boca, quien aún no había traspasado las fronteras soviéticas. Pero también para eso hay que ser muy generoso.
Todo esto me lleva a pensar que uno de los factores que nos suelen llevar al decaimiento es justamente pensar que no vamos a llegar a ser mundialmente conocidos. Estoy convencido de que cada uno tiene su corazoncito en el que caben muchas ilusiones, pero también sé que un buen porcentaje eligió llevar una vida en segunda fila, por decirlo de alguna manera.
Tocar el piano tiene una buena dosis de disfrute personal, para uno mismo. Lo de tocar para los demás es un paso más, la consecuencia natural. Tampoco sería muy normal que nos pasásemos la vida estudiando sólo para nosotros sin que compartiéramos con nadie el resultado. Creo que es todo más sencillo, al menos debería serlo. Pero esta suma de actuaciones, de recitales, debe comenzar pronto, sin esperar a no se sabe cuándo, como si nunca fuera suficiente la preparación. Tocar no es sólo dar las notas, hay más cosas que aprender encima de un escenario y, por eso insisto, cuanto antes mejor. Si no, estamos condenados al 'yo no valgo'. No sé bien cuál es el momento, cada uno tendrá el suyo, pero estoy convencido de que si dilatamos el bautismo de fuego, igual se nos pasa tontamente la ocasión y entraremos en un punto de no retorno, con las consecuencias que vemos por todos lados: magníficos pianistas incapaces de poner un dedo delante del público.
El no tener fama no es importante. Nos conoce mucha más gente de la que pensamos. Siempre hay críticos, músicos, aficionados, colegas que nos leen en revistas especializadas y periódicos, o, simplemente, asisten a nuestros conciertos. Muchas veces me he quedado con la boca abierta ante un comentario de alguien a quien respetaba que me había escuchado en tal o cual sala y recordaba mejor que yo lo que había tocado y cómo lo había hecho.
Que cada uno decida y apueste por lo que quiera conseguir, pero no pensemos que hay una sola meta. Hay tantas como personas, como pianistas (que también somos personas). Así lograremos dedicar nuestra vida a lo que nos gusta sin sentir que el no ser Pollini, Brendel o Rubinstein es un fracaso. Como si para dedicarse a la pintura hubiera que ser Picasso o Velázquez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario