miércoles, 17 de octubre de 2012

Afición

Hace unos días leí en El País un artículo sobre la música en España, más en concreto sobre la educación. Abarca varios aspectos pero me quiero centrar en el que se refiere a la afición, ésa que es capaz de llenar las salas.
Si, como dice, durante cuarenta años no se ha podido generar un público preparado para continuar asistiendo a los conciertos, es porque algo ha fallado. ¿Qué ha pasado?
Hace años que tengo mis propias teorías, aunque sea por llevar en este mundillo cuarenta y cinco, lo que se llama testigo directo.
Es muy fácil, facilísimo, echar la culpa a 'la gente', esa masa indefinida que se deja manipular por el primero que les silba (o les toca la flauta). Pero gente somos todos y parece que siempre se habla de los demás, que no va con nosotros. Empecemos pues con un 'mea culpa'. Igual podríamos reconocer que los músicos no somos los más fieles asistentes a las salas de concierto. Siempre tenemos una excusa, una clase, un inconveniente, una crítica por adelantado, un desprecio por el intérprete... Veinte razones esgrimidas al unísono que nos imposibilitan mover el culo para sentarlo en una más o menos incómoda butaca. A la excusa del precio de las localidades podemos enfrentar la gratuidad de algunos, la ridiculez de la mayoría y, en el caso de los Auditorios, más caros, la posibilidad de buscarse la vida con esas entradas que siempre pululan por los despachos, conservatorio incluido.
Desde mi niñez recuerdo los conciertos de la Orquesta de RTVE, televisados a las doce de la mañana de los domingos. Aquí viene una de las causas más graves que tengo en mente: de la orquesta, nada que objetar, que es gratis criticar y difícil ver las cualidades de una formación muy completa que mantuvo un nivel alto gracias a sus excelentes músicos. Pero, ¿y la programación? Era de juzgado de guardia. Durante todos estos años citados, no ha habido un empeño claro de difundir la música. Unos dirigentes más o menos cualificados optaron por la vía del compadreo y del beneficio propio a la hora de seleccionar el repertorio que iba a llegar a un público no formado: si sólo se podía escuchar música contemporánea, de estreno, por aquello de cobrar los derechos de emisión y de autor, de compositores que en su mayoría nadie recuerda, y que te miraban con desprecio si osabas referirte a, por ejemplo, Beethoven, poca labor de difusión se iba a lograr. Así año tras año, hasta lograr que se identificara la clásica con un bodrio.
La música está ahí porque es maravillosa, pero no toda. Y enseñar al que no sabe implica hacerlo con honestidad, con entrega, y no con intereses económicos de por medio.
Durante lustros hemos estado en manos de mediocres y de interesados que han bloqueado el acceso a las grandes obras de los grandes maestros. Sólo de vez en cuando la 9ª de Beethoven, que llena la pantalla.
A esto se le ha llamado toda la vida empezar la casa por el tejado. ¿Resultado? No tenemos casa y el tejado se ha hundido.
Pongamos de nuestra parte para que la buena música llegue constante a toda la 'gente' posible, que no se apague su volumen, que no se confunda con otros ruidos, que se haga necesaria e imprescindible. No bajemos el listón, esforcémonos por ofrecer calidad, que con la excusa de 'no entienden' o 'nadie se va a enterar', hasta una obra sublime puede llegar a causar rechazo (por decirlo finamente). 

No hay comentarios:

Publicar un comentario