domingo, 2 de septiembre de 2012

Ilusión

Al próximo que me diga que ya se acabó el verano..., le doy. Como de Madrid para arriba refresque un poco, aquí nos podemos achicharrar, que 'estamos acostumbrados'. Ahora bien, con la misma, pienso estirar la playa hasta que las coquinas tengan escarcha, que no hay terapia mejor que pasear con los pies metidos en agua y dejarse llenar los pulmones con la brisa marina, por no mencionar el fabuloso efecto de ionización negativa (la buena) que produce el batir de las olas.
Es en estos momentos cuando la cabeza se despeja, se desanuda, y nos deja ver nuestro horizonte a la vez que disfrutamos del infinito límite marino.
Tenemos que pensar que no todos estamos en la misma situación emocional a la vez. Unos estarán como locos por retomar la actividad en septiembre y otros se estarán planteando cómo retrasar lo inevitable. Algunos ni habrán notado las vacaciones y los más se mirarán las manos, desconocidas de tan morenas por el sol.
Tampoco estamos en el mismo nivel. Quienes vuelvan a iniciar el curso como estudiantes no piensan igual que los que lo hagan como profesores. Y de estos últimos, no será lo mismo estrenar destino que tener desgastado el camino de casa al aula. No será igual tener por delante un programa surtido que preparar para junio que hacerlo para actuar ante el público. Cambiará la mentalidad si nos sentimos cómodos y seguros con nuestra técnica que si tiramos la toalla hace años por uno de esos motivos que nos corroen de por vida.
¡Qué difícil es amueblar la azotea! (sin recurrir al nuevo folleto de IKEA). ¿Por qué no nos planteamos de una vez por todas que nuestra profesión sea, como poco, satisfactoria? ¿Cómo? Pues considerándola sólo como una profesión, en su justa medida, y sintiéndola como una pasión, además. Cuando estemos cansados, hastiados, deprimidos, obtusos y enfadados, tiraremos de la profesionalidad: es nuestro trabajo y hay que hacerlo; cuando salgamos del estado anímico negativo sentiremos que una fuerza interior (vieja amiga) inundará nuestros sentidos dotándolos de entusiasmo.
Nuestra lucha debe centrarse en mantenernos todo lo posible en este segundo estado. Todos tenemos altibajos y sólo nos diferencia la capacidad para salir airosos sin llegar a marearnos. Vamos a intentar fijar las ideas positivas, ésas que en los momentos de lucidez nos empujan a saltar, a correr, a gritar de alegría, a reír. Y cuando venga el frenazo brusco, agarrémonos a estos pilares, sólidos por bien construidos.
Cuidemos la ilusión, es lo único que merece la pena. ¿Qué sería de nosotros sin ella? Por eso, ojo avizor: cualquiera que intente robarnos una porción, por pequeña que sea, debe ser apartado de inmediato de nuestra vida (¡cualquiera!). Conforme pasan los años, sin dejar de analizar el pasado, vamos recordando situaciones y momentos que fueron más o menos decisivos para nuestra trayectoria. Hicimos lo que hicimos, actuamos como actuamos, porque en ese momento así lo pensamos con nuestro mejor criterio, con toda nuestra energía. Desde la lejanía se ven perfectamente los factores y las personas que quisieron alterar el curso de nuestra trayectoria (¿con qué derecho?) y que hoy no llegan ni a la categoría de un mal sueño.

Lo he dicho muchas veces ya: tomemos nuestras riendas, mantengamos viva la ilusión y hagamos que el camino recobre su sentido.
(Sinónimos de ilusión: anhelo, esperanza, deseo, ánimo, confianza, fe y seguridad.)

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