domingo, 5 de agosto de 2012

Por puro placer

Hoy me he levantado con un recuerdo ya lejano en el tiempo. Al final del día, un día cualquiera, tras largas horas de estudio rodeado de partituras, a cual más difícil, me gustaba ver cómo la habitación se iba quedando, poco a poco, en penumbra. No encendía la luz y sólo quedaba un leve resplandor, si acaso, de alguna farola de la calle. Las sombras tomaban relieve y comenzaba mi hora mágica.
Ahora no había obligación, ni obras impuestas, ni rentabilidad. El estado de quietud que transmitía la oscuridad me impulsaba a dejar caer las manos sobre el piano de manera pausada, sin prisas ni virtuosismo.
De siempre he tenido un defecto (o una virtud): cuando escucho una canción o cualquier obra, del tipo que sea, sólo oigo notas. Creo que tengo el récord mundial de no saberme ni una sola letra de ninguna canción; igual el comienzo, pero enseguida llega una modulación, los graves por un lado, la melodía por otro, el recorrido por las secciones instrumentales, el ritmo... Una locura. Es como un dictado permanente con todas las voces a la vez.
Claro, que también tiene su parte buena y es que, a la primera, sin trámite alguno, lo que fuera que hubiese oído podía tocarlo directamente en el piano.
Supongo que por una cuestión de carácter, siempre me han gustado las baladas de música moderna. Hay piezas realmente bellas que da gusto tocar sin más, por puro placer. En las tardes melancólicas que me colocaba los cascos para aislarme de todo, podía emocionarme con cualquier 'segundo movimiento' para piano y orquesta, o una sinfonía del XIX (aún no tenía en disco la 2ª de Rachmaninoff). Pero también me gustaba la otra música, las otras músicas: country, jazz, pop, rock, blues, bandas sonoras y poco más, que también tengo un filtro.
Un día coloqué en mi tocadiscos un Lp de mi padre dedicado a The Beatles. Cuando escuché Yesterday en la versión de Paul Mauriat, con tanto piano solo, ahí que pegué un salto y en dos zarpazos la hice mía (me acuerdo, y por ahí debe estar, que la presenté como ejercicio para la clase de Armonía y la única pega que me puso el hueso de mi profesor fue que modulaba demasiado pronto). 
No mucho tiempo después me puse nervioso en el cine pues ya quería tocar el tema de la película El cazador (The deer hunter). ¡Qué maravilla! ¡Y qué peliculón!
Si mi hija entrara por la puerta diría ¡papá, qué bajona! Pero me gusta, no lo puedo remediar. Y como éstas, muchas otras que me permitían relajarme, disfrutar, evadirme..., todo ello tocando el piano.
Una más, lagrimilla incluida, Dear father, de Neil Diamond, en la película Juan Salvador Gaviota (Jonathan Livingston Seagull).
Si tenemos la manera, cada cual la suya, de no ver el instrumento sólo como trabajo, sino como algo placentero, los momentos que pasemos metidos en 'nuestra' música dejarán una huella imborrable que vendrá acompañada de otros recuerdos simultáneos. Que tocaba para mí pero también era un exitazo si me escuchaban mis amigos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario