miércoles, 22 de agosto de 2012

Estreno

Los pianistas somos, por definición, intérpretes, es decir, tocamos música compuesta por otros, habitualmente compositores. La felicidad nos viene de poder compartir las partituras con Mozart, Beethoven, Chopin, Schumann, Brahms, Albéniz, Granados, Debussy, Ravel, Rachmaninoff, Prokofiev, Falla y muchísimos más.
Pero hoy no quiero referirme a ellos, sino a esa legión de creadores que nos rodea por ser coetáneos y que están vivitos y coleando, de momento. He tenido ocasión de mostrar al público por primera vez el sonido de una obra de nueva creación muchas veces. Por el simple hecho de dedicarme al concertismo es lógico que me lleguen partituras de amigos y de enemigos (perdón, de desconocidos).
De las de los amigos, que llevan un componente afectivo añadido, hablaré en otra ocasión. Hoy me apetece escribir sobre los encargos casi obligados, esos que parecen la condición indispensable para lograr el contrato.
Hasta donde mi memoria alcanza, creo que mi bautismo fue en 1984. Ya había finalizado la carrera y estaba dando clases en el conservatorio de Sevilla, que celebraba su cincuenta aniversario. Hacía falta un pianista para acompañar al violinista Pedro León y que fuera tan inconsciente como para aceptar el reto de un programa nuevo en sólo tres semanas. La segunda parte la formaban obras de Falla y Turina, que hasta el día de hoy he seguido tocando y disfrutando. La primera era otro cantar. 'Tres obras tres', de otros tantos autores. La mejor, sin duda, la Sonata de violín y piano de Manuel Castillo, entonces catedrático de Composición del centro. Muy difícil pero perfectamente escrita por ser él muy buen pianista también. Su felicitación tras el concierto la llevaré en mi corazón de por vida. La segunda obra era del profesor de música de cámara y era muy agradable de oír y de tocar por lo que no presentó ningún problema. Pero, ¡ay!, la obra que tenía que abrir el concierto..., ¿qué era eso? ¡Qué cosa más fea! ¡Qué asco! Tengo que añadir que las tres obras estaban manuscritas, lo que añadía dificultad a la lectura por el poco tiempo. ¿Alguna vez os han entrado ganas de romper una partitura? ¿No habéis lanzado las hojas contra la pared o contra el suelo para pisotearlas? ¡Qué impotencia! Para colmo, la obra era del director del conservatorio, muy ilusionado por recuperar una obra de juventud (que nadie había querido estrenar, claro). Creo que hasta lloré, que quise tirar la toalla... Y dificilísima. La criatura se llamaba Elegía cromática y yo decía Herejía cromática. Pero no hubo nada que hacer y fue como tragar una botella de lejía y sonreír.
En otras ocasiones los encargos llegaban de los propios organizadores porque, o bien ellos eran compositores, o hacían labor divulgativa. Cuando la obra era de ellos mismos, resultaba imposible negarse. Sólo intentaba disuadirlos si el programa no admitía intrusiones, con la promesa de una próxima ocasión. Pero la osadía tiene mucha fuerza. Es difícil estudiar una obra sabiendo que sólo la vas a tocar una vez, que tiene poca o ninguna calidad, que durante ese tiempo podrías haber montado una de las que siempre están esperando. Lo único que cabe es poner la mejor voluntad y rogar para que sea un parto rapidito.
Cuando el encargo es para lanzar a los creadores, a veces he pensado si no habría que lanzarlos literalmente al espacio. En el 98% de los casos te engañan, con buenas palabras pero te engañan. Una vez me dijeron que la obra constaba de cinco partes, una cosa no muy extensa que no llegaba a veinte minutos: tocada a su velocidad fueron... ¡cincuenta y dos! Además, manuscrita, tamaño A3 y grafía diminuta (la autocensura no me deja expresarme adecuadamente).
Pero hay un caso reciente que me dejó perplejo: una joven compositora me envió su obra, otra colección de piezas breves que tampoco eran nada del otro mundo. Pero, en fin, todo sea por la música y los músicos. Insisto en que estudiar sabiendo que es para nada no es fácil. Lo peor fue que esta frase me la dijo ella misma al acabar el concierto, no por mi interpretación, que sí, sino porque ella había decidido que iba a estar en otra onda y ya no le interesaba lo más mínimo lo que acababa de tocar, como si fuera de otro autor. ¡Será...! 

No hay comentarios:

Publicar un comentario