domingo, 26 de agosto de 2012

En primavera

Estaba remoloneando en la cama cuando una brisa fresca, recibida como un regalo, me trajo un recuerdo lejano de luz y olor.
Sevilla (y sus alrededores) es una ciudad que tiene como gran inconveniente el calor sofocante, que se extiende antes y después del propio verano. Esto hace que la primavera sea más corta de lo que marca la ciencia. Y a pesar de esta fama de calor, el invierno, por húmedo, es de un frío que te cala hasta los huesos.
Por esto, durante aproximadamente un mes, entre abril y mayo, se dan las condiciones climáticas para disfrutar de esta capital en su esplendor (parece que escribo un blog de viaje).
A lo que iba (cada vez que tecleo 'iba' se me cruza la 'v', de contento que me tiene el gobierno): tengo una asociación de ideas curiosa que renace cada año por esas fechas. A un cielo limpio y muy azul, con el sol subiendo una cuarta sobre el horizonte, hay que añadir el olor a azahar, inconfundible.

El piano, cercano a la ventana, recibe unos rayos tibios que las manos agradecen. Ya ha pasado el bullicio mañanero de primera hora y la calma doméstica vuelve a las calles. Alguna voz lejana y poco más. Aunque no se echase de menos, el canto de los pájaros parece más alegre, más vitalista. El cuerpo se estimula como si rejuveneciera y una leve euforia crece en el interior.
Me pongo contento. Seguro que hay una explicación química, pero tengo claro que durante ese mes mi organismo da con la fórmula adecuada (igual es porque nací en mayo).
No me preguntéis por qué, pero la música de Debussy, Ravel, Fauré, Albéniz y Turina (igual alguno más) la tengo como banda sonora ideal de esta atmósfera. Música clara y limpia, colorista, renovadora. Cada año me sorprendo revolviendo las partituras para disfrutar de una evocación completa, como si existiese una conexión entre Sevilla y París.
Puede ser que, durante la carrera, éstas fueran las fechas en las que caía este repertorio y la asociación haya venido, inconscientemente, con los años. No lo sé. Pero sí sé que me gusta tocar y oír esas obras transparentes que coinciden en luz con el exterior. No me hace falta que sean las más difíciles, al contrario: la Pavana para una Infanta difunta de Ravel, La fille aux cheveux de lin de Debussy o la 1ª Arabesque, alguna Barcarola de Fauré o su Segunda Sonata de violonchelo y piano, Granada o El Puerto de Albéniz, la Sonata Sanlúcar de Barrameda de Turina... Y muchas, muchas más.

El solo placer de tocar, de sentir, de oír, de respirar, de ver, de oler...
Como el verso de Baudelaire usado por Debussy: Les sons et les parfums tournent dans l’air du soir, aunque en este caso sería du matin (Los sonidos y las fragancias giran en el aire de 'la mañana').

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