domingo, 12 de agosto de 2012

Concierto benéfico

Me gustaría pasar, aunque sea por encima, por este tipo de recital, muy frecuente, del que tengo una opinión clara que quiero compartir.
En cuanto empecemos a ofrecer nuestros primeros recitales se nos van a acercar amigos y desconocidos a proponernos que colaboremos con su asociación, colegio, fundación o causa, a fin de recaudar los fondos necesarios para un proyecto concreto o continuar con la investigación de determinada enfermedad.
Hasta aquí, ninguna objeción. Nuestro talante solidario y nuestra sensibilidad nos llevarán a aceptar ese concierto que, dicho sea de paso, todo el mundo, sin excepción, piensa que no nos va a costar ningún trabajo preparar. Da lo mismo. No queremos ser pedantes. Lo importante es que, cuando nos enteramos de las necesidades tan variadas que nos rodean, es imposible permanecer al margen. Así que, si podemos echar una mano, adelante.
Ocurre que, con frecuencia, quienes recurren a nosotros están en nuestro entorno, o sea, en nuestra ciudad. Por muy grande que ésta sea, debemos cuidar de no actuar constantemente, primero porque perderá valor el acto en sí al ser recurrente, y segundo, porque es posible que si queremos tocar de modo profesional a través de la entidad musical pertinente o el ayuntamiento, nos insinúen que esperemos un tiempo prudencial (un año o dos) dado que acabamos de hacerlo, aunque haya sido en otra sala y con otra organización.
Quizás esto sea un matiz de poca importancia, pero la carrera hay que cuidarla y es vital dosificar las apariciones para no ‘quemarse’.
El verdadero motivo para dedicar esta entrada a los conciertos benéficos es el siguiente: si se organiza un acto de este tipo es porque una atracción artística, un espectáculo, genera ingresos seguros a través de la venta de entradas. Este dinero es el que irá destinado a la noble causa en cuestión.
Mi humilde opinión es que cuanto mayor sea la recaudación mayor será el éxito de la gala. Algo muy simple. Pues bien, parece estar instalado en el comportamiento de los organizadores que los gastos generados deben salir de dicha taquilla. Y aquí es donde empieza mi disconformidad. Si el acto es benéfico, la colaboración es más extensa, no se reduce a nuestra presencia. Lo normal es que el teatro o la sala sean cedidos generosamente, que la imprenta no cobre por los programas y que la prensa inserte los anuncios altruistamente. Un tema espinoso puede venir con el instrumento. Si fuésemos violonchelistas no habría ningún problema al respecto pues iría con nosotros. Pero un piano tiene que servir para el concierto. Si el local cuenta con él, estupendo, si no, hay que alquilarlo (habrá que llevarlo a la sala que nos han prestado). A lo mejor la empresa quiere aportar su granito de arena y lo cede, pero si es su concierto benéfico número cien, está obligada a cobrar por sus servicios, aunque ajuste el precio. Primer gasto indispensable (a no ser que corra con él alguna firma comercial; dependerá de la habilidad de los promotores). Como digo, primer gasto…, y último.
A partir de aquí viene una sangría de la recaudación, a la que, por principio y por definición, me opongo, dejándolo muy claro desde el primer momento a las personas correspondientes. Me niego a recibir un regalo, o un ramo de flores, o cualquier cosa que haya que comprar con cargo a las entradas. Mucho menos a que cubra una cena colectiva en agradecimiento o una copita con aperitivos para los concurrentes (a cenar a casita o al bar de la esquina). Si hay desplazamiento largo y hotel, igual puede colaborar una agencia de viajes (para no ser tan intransigente, acepto que tampoco nosotros vamos a tener que poner de nuestro bolsillo). No me voy a alargar con ejemplos múltiples. Cada euro conseguido es más valioso si se dedica al beneficio buscado que a la autocomplacencia. Ésas son mis condiciones: ningún euro de la taquilla tiene que ser destinado a pagar esa infinidad de detalles que tan poco nos cuesta inventar cuando salen del bolsillo ajeno.
He dicho.

No hay comentarios:

Publicar un comentario