miércoles, 4 de julio de 2012

Vacaciones (1ª parte)

A día de hoy, aún no sé si alegrarme o arrepentirme de cómo gestioné mis vacaciones de verano cuando era estudiante. Por un lado, pienso que si no hubiese reforzado el estudio durante los cerca de cuatro meses de que disponía sin pisar el conservatorio (una burrada) no me habría podido dedicar al concertismo. Pero por otro, tengo serias dudas acerca de si lo habría conseguido igualmente habiendo vivido más intensamente alejado de las teclas.
Como en todo, imagino que el término medio hubiese sido el adecuado. Quizás, sin ser demasiado consciente, fue al que llegué. Y quizás ése fuese el fallo, no ser consciente, no controlar la situación al cien por cien, sino dejar que la rutina de estudio siguiese marcando el discurrir de los días. (En este momento hay que darle al Play a este enlace para ambientar el relato).

Por aquel entonces, mi familia se trasladaba a una playa cercana para pasar, al menos, los dos meses centrales, julio y agosto. Aparte de los baños, lo mejor que tenía era la pandilla de todos los años. No es lo mismo los amigos del colegio, del instituto o del conservatorio que los de la playa, venidos de distintas ciudades y con ganas sólo de disfrutar. Además, sólo nos veíamos, redondeando, un mes al año, pues no todos venían para tanto. Esto significaba que había que aprovechar bien el tiempo, ya sabéis, el vocablo 'amigos'  está usado como genérico pero, como todos sabemos, incluye a los amigos y a las amigas, y con esa edad sólo hay un único tema en la cabeza, una sola idea fija (y no es el piano).
Mi hija suele usar un término para explicar situaciones que no le convencen y a las que se ve abocada: panoli. Así me sentí yo, un auténtico panoli, y cada vez que lo recuerdo, más. Como he dicho, me quedé en el término medio, lo que significaba que dediqué medio día a estudiar y medio día a veranear, o sea, que me quedé sin la mitad de las vacaciones. Para un humano normal como yo, medio día no son doce horas sino ocho, entendiendo que no computan las de descanso. He de precisar que los horarios actuales son bastante más amplios que los de entonces, aburridamente civilizados.
Pues bien, un alumno brillante como yo, sin un suspenso del instituto, a pesar de faltar un día para ir a Sevilla al conservatorio y dedicar todas las tardes al piano, y lo mismo con respecto a la música, decidió, sin presión externa, motu proprio (se escribe así según la RAE), convertirse en panoli del año y levantarse a diario a las 06,15 horas para desplazarse a Jerez, donde estaba el piano, y poder dedicar la mañana al sagrado deber para con los dioses (Mozart, Beethoven y toda esa calaña). ¿Habéis leído bien? ¡Las seis y cuarto de la mañana..., EN VERANO! Eso implicaba que la juerga nocturna, a pesar de las costumbres panolis de la época que nos tocó vivir, tenía toque de queda. Me levantaba como un zombi, llegaba a mi casa como un trapo y, como era tan temprano (ni siquiera las ocho) que no podía empezar a estudiar, me volvía a tumbar, perdiendo el conocimiento hasta que el ruido callejero me volvía en mí. Bostezando, aburrido, solo, arrepentido y... panoli, los minutos transcurrían a cámara lenta y sólo mi alto sentido del deber (el de un panoli) me mantenían firme en el taburete giratorio que me sostenía, cual si de un Cid Campeador después de muerto se tratara.
La ida la hacía con mi padre en coche, que entraba a trabajar a esa hora, y la vuelta solía ser en autobús o 'a dedo', en autostop, que aún se podía. Llegaba de nuevo a la playa justo para darme un baño antes de comer y ver cómo mi pandilla se disgregaba rumbo a la manduca. ¡Un verdadero panoli! 

TO BE CONTINUED...

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