domingo, 3 de junio de 2012

¡Pasen y vean!

Acabo de visitar el museo Calouste Gulbenkian en Lisboa, del que salí extasiado. Desde el comienzo con piezas egipcias al final con joyas de Lalique, todo está expuesto con el máximo cuidado, siendo un recorrido por la historia de la civilización. Además, el grado de conservación es excelente, pudiendo contemplar no sólo formas originales sino colores y texturas. Ahí te das cuenta de quiénes somos y de dónde venimos (a nivel artístico, se entiende).
El nombre (y el contenido) se lo da un armenio nacionalizado británico que hizo su fortuna con el petróleo. Y me gustó saber que no sólo se dedicó a comprar objetos de tanto valor como inversión sino que supo disfrutarlas a diario ya que las tenía decorando sus casas, que no eran precisamente unos adosados en una urbanización.
Esta introducción viene al caso porque no hay manera de zafarse ni por un minuto de la cuestión económica que vivimos. Y quiero hacer una pequeña reflexión acerca del sostenimiento de los conciertos. En los casi treinta años que llevo moviéndome, he visto crecer el número de conservatorios, escuelas de danza, auditorios, teatros, fundaciones, festivales, orquestas, concursos... Es decir, se ha incrementado notablemente la infraestructura necesaria para poderlos llevar a cabo. Si exceptuamos las programaciones habituales de dichos auditorios y los grandes eventos, con entradas a precios a veces nada populares, nos queda el recital de formato pequeño y mediano, o sea, los solistas y la música de cámara. Siempre he sostenido que con lo que cuesta un sólo espectáculo sinfónico (lo más básico) es posible organizar una temporada completa con un concierto a la semana, incluso más. En un día se gasta lo que daría para un año. Esto no es demagogia, son números. Y no hace nada he tenido esta misma discusión con un presidente de una asociación al que le obligaban sus patrocinadores a gastar una gran cantidad de euros en sólo cuatro conciertos de bulto teniendo que suprimir sin más la programación anual, la de los aficionados de verdad.
Hasta ayer, las cajas de ahorro tenían una Obra Socio-Cultural (ahora se ha quedado en Obra Social) que les obligaba a financiar distintas manifestaciones artísticas como exposiciones, recitales, conferencias, etc... Hace tres o cuatro años, cuando se negaba lo que venía, los músicos, de nuevo, nos enteramos antes que nadie de la situación real de la economía. Ya se sabe, la cuerda siempre se rompe por el punto más débil. De golpe y porrazo quedaron suprimidas ayudas, subvenciones, programaciones propias, circuitos, ciclos y tantos eventos que podíamos disfrutar, generalmente gratis, porque, a estos niveles, lo único que se mantenía con entrada libre era la música. Una obra de teatro, por ejemplo, siempre necesitó de la taquilla. ¿Por qué un recital no? Ahora nos vemos en una situación que es la que más triste me deja. No es cuestión de dinero, no van los tiros por ahí, que sólo he intentado hacer un breve resumen del funcionamiento de la cultura. Lo que me preocupa de verdad es que en todos estos años se ha seguido viendo la música como un entretenimiento y no como una necesidad. Aquí se intentó hacer negocio rápido, como en todos lados, sin invertir en futuro, en que los sonidos formaran parte de nuestro ser y no pudiésemos vivir sin ellos, hasta el punto de que, igual que paramos a comprar un helado cuando tenemos calor, pagásemos casi lo mismo por oír a un pianista dejarse los dedos cuando nuestra mente necesitara deleite.
Se vuelve a hablar de iniciativa privada y de mecenazgo a la vez que vuelven ideas como 'el arte por el arte'. ¿Y qué significa esta frase para mí? Muy simple: que nadie me compre, que nadie me obligue a hacer el pino además de tocar, que un cateto no me dicte el programa que he de interpretar, que un analfabeto no pueda cobrar como sueldo más de la mitad de un presupuesto cultural, que no se sigan despilfarrando cantidades enormes en un sólo acto para no ser menos que otros, que no se siga viendo a los músicos como sirvientes... ¿Ya nos hemos olvidado de Mozart o de Beethoven? ¿Tan poco nos va a costar volver a la librea y a la reverencia, o a amenizar las cenas privadas de los que nos han llevado al desastre? ¿La cultura y el saber no nos han hecho más libres?
Hasta que la sociedad no necesite la música como algo vital esto no va a cambiar. Mientras, aguantaremos esta enésima crisis como podamos, pero, por favor, no retrocedamos tanto en tan poco ni con tan poca resistencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario