domingo, 17 de junio de 2012

No pido la luna

Ayer oí en la radio que en Austria la gente va a la ópera con la misma facilidad que va al cine. Igual es la típica exageración pero lo que sí es seguro es que en España no, ni a la ópera ni a un concierto. Y hace varias décadas tendría sus motivos simplemente por una cuestión cultural, de estudios, de formación intelectual, pero ¿hoy?
No voy a ponerme a despotricar sobre lo mal que está todo, lo mal dirigidos que estamos, lo mal que se gasta el dinero público... Por principio, quise dedicar el blog a lo positivo justamente en contraposición a la negatividad en la que estamos sumidos.
Cuando terminé la carrera, en Andalucía creo que había siete conservatorios. Esa cifra se ha multiplicado por diez. El grado superior de piano lo terminé solo y puede que alguien más lo hiciera en otro instrumento. Eso hoy es impensable. Podemos calcular en miles los alumnos actuales matriculados en los centros dependientes de la Junta de Andalucía. Si añadimos el resto de autonomías y los privados nos salen cifras astronómicas.
Ahora echemos un vistazo a las salas de concierto y auditorios. Las capitales de provincia a duras penas sostienen la programación anual en las que la música clásica ocupa un lugar rezagado. Las que cuentan con orquesta sinfónica estable, a base de recortar en plantilla y producción propia van subsistiendo. Las asociaciones musicales que han formado un tejido estable y duradero hacen verdaderos malabarismos para no tirar la toalla.
En todo esto hay algo que no me cuadra. Si miles de personas dedican tanto esfuerzo y años a la música será porque les gusta. Si les gusta la música igual querrían dedicarse a tocar. Si quieren tocar necesitarían hacerlo en una sala ad hoc. Si dichas salas dependen de organismos públicos o privados con escasos recursos estarán infrautilizadas. O bien, si dichas salas funcionan correctamente, no dan cabida a los jóvenes músicos llenos de ímpetu porque son novatos o desconocidos (o no son extranjeros, que es más mejón).
Soluciones: acudir en tropel (aunque me gusta más en manada) a pedir el uso de los locales para no sentir la pena y la vergüenza de verlos cerrados. Ya que damos por hecho que las subvenciones han muerto, establecer de una vez por todas el sistema de taquilla, es decir, quien quiera ver un concierto que pague una entrada a un precio razonable (si nos vamos por las nubes, apaga y vámonos). Organizar ciclos de intérpretes y de música de cámara para dar continuidad a la actividad (¡que no decaiga!). Igual que muchos de nosotros sólo servimos para tocar, hay otros que tienen una epidermis facial más consistente y podrían dedicarse al tema de la organización. Si se lograse incrementar la frecuencia de conciertos, el público, sin duda, crecería, lo que permitiría seguir apostando por esta carrera y muchos músicos podrían vivir de su pasión. Si se estabilizara el número de actuaciones podrían pagarse unos cachés moderados, pero más que suficientes, y cubrirlos con la taquilla. Si los intérpretes lograran mantenerse igual podrían dedicar su tiempo a estudiar repertorio y no tener la obligación de dar clases si no lo desean, al menos durante un cierto tiempo. Si los que dan clases se hubieran curtido en los escenarios seguramente animarían a sus alumnos a tocar sin miedo. Si tocásemos sin miedo viviríamos mejor e incluso más tiempo. Si viviésemos mejor no estaríamos crispados o frustrados. Si...

¿Dónde estoy? ¿Qué hora es? Vaya, me he quedado dormido. Cada vez sueño cosas más raras. ¿Pues no parecía que en España había conciertos a diario y los músicos podían dedicarse a tocar? Seguro que al agua le echan algo para atontarnos (igual que en la mili nos echaban bromuro). Por si acaso voy a ponerme a estudiar, no vaya a ser que me coja desprevenido. 

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