miércoles, 13 de junio de 2012

La batidora

Tengo tantas cosas en la cabeza, tantas cosas que hacer, que, como me he levantado algo aturdido y en vez de ver cada elemento por su orden de prioridad los tengo amontonados y mezclados, voy a tomar una decisión drástica: ¡me voy a la playa!
¿A perder el tiempo? Espero que justo lo contrario. El estrés viene de la acumulación de días como éste en los que no se puede pensar con claridad, en los que no actuamos con tranquilidad, en los que la justa medida de las cosas desaparece, en los que estuviste más tiempo del debido oyendo las noticias sobre el fin del mundo (tenemos entradas de preferente para contemplarlo), en los que tienes que hacer llamadas sin ganas de hablar, en los que los correos electrónicos sólo pretenden venderte vacaciones, ropa de verano, libros para el verano, tiempo para el verano...
La batidora empieza a recalentarse y a oler a chamusquina. Lo mejor entonces es ponerla en remojo, al abrigo de una muy suave brisa del suroeste, al oído del constante rumor del oleaje moderado previsto y con la marea empezando a bajar dentro de unos minutos.
Lejos del ordenador y de las teclas y sin posibilidad de producir, aunque no quiera me voy a ir relajando. Aunque sea por unas horas, el descenso en la velocidad del pensamiento va a dejar que cada asunto vuelva a su sitio. Beatriz siempre me dice que hay que tener la cabeza ordenada por cajones y que sólo hay que abrirlos de uno en uno. Es un ejemplo muy gráfico de cómo debemos controlar la mente. Se abre uno primero, se cierra, abrimos otro... Si los vamos dejando abiertos va a comenzar el desorden y la ineficacia. No me cansaré de repetir que tenemos mucha más capacidad de la que pensamos, que podemos con todo y más, pero eso no significa que no podamos cansarnos o agobiarnos, somos mortales (la muerte..., casi nunca pensamos en ella pero está ahí. ¿Será todo relativo...? Buena idea para otro día).
Es muy probable que durante este mes de junio estemos todos desbordados, con prisa, con exámenes, con interferencias de última hora, con tensión acumulada después de tantos meses intensos... El día tiene veinticuatro horas para todos y hay veces en las que no se puede más. La mejor opción es provocar un corte, un parón que nos dé aliento, que nos despeje lo suficiente para poder continuar sin meter la pata o ponernos agresivos, sobre todo con nosotros mismos, incluso intransigentes. Nuestra cabeza es nuestra desde el día que la razón empieza a clarear, y básicamente lo que hacemos es rellenarla con datos, fechas, imágenes y personas. Pero su mecanismo, los resortes por los que se mueve son idénticos desde nuestra infancia, aunque nos pasemos la vida intentando entenderlos y asumirlos. A lo más que llegamos es a domesticarlos, poco más. Pues eso, como ya nos conocemos, no vamos a seguir chocando contra la misma pared. ¿Que hoy estamos espesos?... a despejarnos; ¿que estamos cansados?... a dar una vuelta; ¿que nos sentimos agobiados?... a comunicarnos. En sólo unos minutos lo que parecía oprimirnos desaparece o, al menos, deja de apretar.
Y cuando nos contemplemos desde fuera, como si fuésemos espectadores, sólo podremos esbozar una sonrisa, a veces lastimera, por descubrir que el motivo de nuestra inquietud tenía una fácil solución.

Lo dicho, me voy a la playa, que me espera.

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