domingo, 13 de mayo de 2012

Mephisto Vals


La primera versión que escuché fue la de Lazar Berman y me cautivó. Urgentemente me hice con la partitura y empecé a..., ¿a qué?: a sudar, a sufrir, a agobiarme, a pensar que no podría... Hasta que los pasajes empezaron a fluir. No voy a mentir ni a echarme flores, me costó mucho trabajo y muchas horas. Realmente había un problema técnico previo que resolver. Qué digo, un montón de problemas, los tiene todos, pero se puede con ellos. Es más, diría que cualquiera puede, es cuestión de empeño. Y estoy seguro de lo que digo por una sencilla razón: Liszt escribía para el piano y sabía hacerlo. Es una obra absolutamente pianística y, una vez que nos hacemos con ella, es para siempre.
Quizás la mayor dificultad radique en cómo se van sucediendo y enlazando pasajes distintos que, al principio, nos hacen estar temerosos por lo que ha de venir. Creo que me explico con sólo mencionar el pasaje de los saltos. Pero insisto, sólo al principio, porque la seguridad de esta obra va creciendo cuanto más se toca. Y la preocupación por las notas va decreciendo igualmente. Esto es importante ya que no se puede tocar el Mephisto preocupado. Hay que meterse dentro, dejarse llevar y recrear toda la teatralidad de su argumento. Con poco que busquéis encontraréis versiones para todos los gustos pues no hay dos iguales: ésta de Daniil Trifonov (que, por cierto, vaya carrera que lleva el chaval), igual sirve para ilustrar lo que pretendo decir. Y otra, a la que nunca había prestado atención y me ha dejado boquiabierto, es a la de Alfred Brendel, magnífico lisztiano antes de sentar cátedra con sus Mozart, Schubert y Beethoven (y todo lo que le venga en gana).
Volviendo a mi más modesta trayectoria, el Mephisto fue mi mejor tarjeta de presentación. Cada vez que tenía un concierto para un público nuevo, una ciudad nueva, no dudaba en incluirlo. Y en los concursos también. Cuando quería asegurarme el pase a la siguiente fase, allá iba mi talismán (la pena es que no podía tocarla en todas las fases). Hasta para la grabación de programas de televisión, cuando había costumbre de reservar algún espacio para la música clásica aunque fuera a horarios criminales.
Esta obra supone todo un reto. Es verdad que hay quien la aborda como si de una sucesión de cuestiones mecánicas se tratara, como si cada nota tuviese que estar en su sitio y el mérito fuese empezar y acabar sin apenas despeinarse. Yo no lo veo así sino justo lo contrario. No hay que exagerar los gestos, obviamente, pero, si queremos que el público nos vitoree y nos saque a hombros después de dar la vuelta al ruedo, vamos a tener que concentrarnos, respirar bien hondo y abrir la puerta del infierno (en realidad la de la taberna que describe Lenau en su Fausto) para llegar tras el baile al desenfreno y a la lujuria.

Acabo de recordar que en una ocasión me prohibieron tocarlo pues el concierto iba a ser en una iglesia y el párroco se negó a que Satán entrase en 'sagrado' (y está cayendo una granizada monumental con tormenta incluida; es lo que tienen las invocaciones al maligno). (...Y otro cura me prohibió Orgía de Turina, por aquello de la carne).


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