miércoles, 23 de mayo de 2012

Adelante

El viaje a ninguna parte es una de esas películas que siempre que la veo me deja un sabor amargo. Camuflada como comedia subyace la realidad, cruda y desnuda, de lo que no hace tanto era la vida de los actores ambulantes, los llamados 'cómicos', que iban de pueblo en pueblo representando su función en cualquier local medio aceptable y cobrando casi la voluntad de los curiosos que se acercaban a entretenerse un poco.
Es una de esas muestras de absoluta inteligencia de uno de los grandes, Fernando Fernán Gómez. En España estamos tan acostumbrados a tener que reírnos de la desgracia que pudiera parecer que nos guste. Pero me da a mí que no, que la procesión va por dentro.
¿Y qué hago hablando de teatro y de actores si somos músicos? Muy simple. Si tenéis un rato, ved la película, y en vez de actores poned músicos, lo mismo da.
Me resulta complicado simplificar un tema que puede resumir el espíritu de una vida. Dedicarse a esto debe tener algo de vocación (más bien bastante) pues no siempre la corriente del río lleva agua en abundancia. Además, hay que saber sortear los remolinos, las rocas, los desniveles y los tramos planos.
Pues, le pese a quien le pese, con todas las trabas del mundo, dirigidos por gente insensible a la actividad artística, en un momento en que deberíamos ser imprescindibles para ayudar a digerir la tensión diaria, con una profesión siempre en duda de si realmente lo es y teniendo que aguantar los comentarios del ministro de turno sobre el precio de la cultura, como si esto no viniera de largo, sólo me queda recurrir a la historia reciente para comprobar que siempre fue así, que la cultura sigue siendo un acto generoso de muchas personas que han dedicado su esfuerzo, su cabeza y su tiempo a realizar su sueño, vivir del arte, ya sea música, pintura, teatro, literatura o cualquier parcela de las que, como comenté hace bien poco, al ser presentados nos miren con incredulidad, esbocen una sonrisa, ladeen la cara y, sin cortarse un pelo, suelten por esa boquita ¿y qué más?
Sigamos disfrutando del privilegio de pasar por este mundo en torno a la música, con un placer tan grande, tan intangible y tan privado que sólo nos pertenece a nosotros mismos y nunca nos lo podrán arrebatar.

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