domingo, 15 de abril de 2012

La primera puerta

Ya hemos actuado en varias audiciones en el conservatorio, hemos aparecido en público acompañando a otro instrumentista, que nos persiguió e imploró, ofrecimos medio recital en el salón de actos del colegio en la fiesta de la patrona y nos seleccionaron para el concierto de clausura del curso de verano en la Cochinchina. ¿Y ahora qué? ¿Qué hago si quiero dar un concierto? Una consideración a tener en cuenta: no es imprescindible esperar a tener la carrera terminada, en absoluto. Sólo es cuestión de capacidades y de preparación, incluso de programa.
Como es natural, no hay un único camino. pero cualquiera es válido y voy a intentar ser claro. Lo ideal sería que alguien nos abriera la primera puerta, que llamara por nosotros. Y quién mejor que nuestro profesor, esa persona que nos quiere, es concertista en activo, está bien relacionado y está dispuesto a lanzarnos a... la Cochinchina (otra vez; también vale Pernambuco). Parece que no, que esta vía no es la idónea pues entran intereses en conflicto. Además, nunca (o casi) nos va a ver como un verdadero concertista pues lleva años sacándonos defectos, siempre por nuestro bien, está claro, pero va a seguir de por vida intentando corregirnos.
Hagamos entonces un pequeño estudio sobre nuestro círculo más cercano. ¿Qué sociedades musicales hay en nuestra ciudad? ¡Mira qué bien!, existe una asociación local de Juventudes Musicales. Seguro que conocemos a su presidente o a los vocales ya que, como somos músicos y nos gusta la música, solemos acudir asiduamente a todo lo que organizan. Pues, en uno de esos días que todo el mundo está contento con lo que acaba de oír y la euforia musical se contagia, nos colocamos nuestra mejor sonrisa, nos plantamos delante del susodicho, lo miramos fijamente sin asustarlo y, con pleno dominio de la telepatía, colocamos en su boca la frase que no nos atrevemos a pronunciar: ¡a ver cuándo nos deleitas con tu presencia, que ya va siendo hora! Es el momento de mantener el tipo. He visto cómo compañeros míos, perfectamente preparados, se echaban las manos a la cabeza como si les estuvieran pidiendo que se inmolaran en la plaza pública. Siempre hay que decir que sí. E intentar concretar en algo esa oferta espontánea con, por ejemplo, mañana mismo te hago llegar mi curriculum y un programa, o dos, para que elijas, que tengo preparada esa obra de Mompou (un poner) que tanto te gusta. Y se lo entregamos en mano para fijar una fecha, lo más cercana posible aunque nos tiemble hasta el abrigo que colgamos en la percha al entrar. Casi con toda seguridad el caché se va a solucionar rápidamente: o tienen una pequeña cantidad estipulada o, como eres muy joven, estás empezando y te viene muy bien para darte a conocer y rodarte, podrás llevarte a casa un taquito de programas de imprenta, además de la invitación a unas tapitas.
Ya tenemos fecha y programa (muy lucido y espectacular, que somos jóvenes y audaces). Para un par de semanas antes hemos tenido la precaución de confeccionar una lista con personas a las que invitar, bien directamente o a través de la propia asociación, incluyendo, cómo no, a la crítica. Esta última se la dejamos al presidente que será quien conozca a ese melómano encargado de la crónica posterior en la que, con toda su benevolencia, sacará lo mejor de nosotros. No lo olvidemos, estamos empezando y la energía que se transmite, la ilusión y las ganas suelen ser muy bien vistas. Y ya tenemos nuestro primer concierto, nuestra primera crítica publicada, nuestras fotos, las enésimas lágrimas de la abuela, las felicitaciones de nuestros compañeros (¿llegamos a invitarlos?), las correcciones de nuestro profesor (¿tiene que ser ahora y delante de todos?) y, lo más importante, el compromiso del presidente de hablar de ti en la próxima reunión regional para que puedas ampliar el radio de actuación y sus consejos acerca de tu prometedor futuro, incluyendo información sobre direcciones, teléfonos y concursos cuya proyección te pueda interesar, en los que, casualmente, puede que esté de jurado.

Ésta es una primera y muy asequible manera de comenzar. Como todos los artistas, tenemos que coger tablas, experiencia, soltura. Esto es como aprender a andar, al principio algo vacilantes y, después, un pie delante y ahora el otro..., otra vez..., y otra, hasta que, sin darnos cuenta ni casi recordar cómo, tengamos un pequeño bagaje con el que seguir llamando a otras puertas. Joaquín Achúcarro me definió la carrera como una larga escalera en la que convenía subir cada peldaño de uno en uno, afianzando bien. Nada de grandes saltos, que nos caemos. Poco a poco y firmemente. Así, nada ni nadie nos podrá derribar.
Continuará...

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