miércoles, 25 de abril de 2012

La excusa

Últimamente, cada vez que hablo con alguien relacionado con la música a nivel docente, sale a relucir el espinoso tema del estudio. Y ocurre que, increíblemente, ni ellos mismos recuerdan concretamente cuándo dejaron el hábito ni por qué. Bueno, miento, el porqué no es uno solo, hay cientos.
Cuando empecé a compatibilizar estudio con trabajo, había días en los que dedicaba la mañana y la tarde al conservatorio (por aquel entonces las horas lectivas eran veinticuatro) e incluso podía añadir alguna clase particular. No sé qué mecanismo regía mi cabeza pero para mí eran días en los que, al no haber estudiado, eran días perdidos, no aprovechados. Y estaba trabajando sin parar. Eso me llevaba a buscar huecos a primera hora de la mañana, entre clases si algún alumno se retrasaba, comer como las boas para aprovechar el supuesto parón de mediodía y así hasta la noche. No eran todos los días, obviamente, pero necesitaba estudiar. Sólo hay una cosa peor que querer estudiar y no tener tiempo: tenerlo de sobra y no usarlo.
Y me ha llamado más la atención, si cabe, que no es un problema de edad ni de cuántos años hace que terminamos la carrera. Se podría pensar que es una cuestión de cansancio, de saturación, pero no hay estadística posible ya que tanto dichas edades como los años pasados son indiferentes.
¿Por qué dejamos de estudiar? A ver, que no soy un descerebrado ni un repelente, y líbrenme los dioses de querer pontificar. Sólo pretendo recapacitar un poco. Como todos, he necesitado parar de vez en cuando y desconectar, pero eso sí era por exceso. Es obvio que durante los años en los que tenemos un examen por delante el ritmo de estudio lo adecuamos a las exigencias del profesor y a las ganas que tenemos de aprender. Por lo tanto, la carrera en sí parece estar libre de la falta de estudio (¿o no?). Estamos hablando de después. ¿Tiene que venir alguien de fuera para obligarnos? ¿Hay que seguir siempre con un guía? ¿O es mejor tomar nuestras riendas lo antes posible? Mis circunstancias personales me llevaron a esto último y de mi constancia y disciplina salió lo demás. Si quería tocar en público necesitaba pulir sin cesar las obras así como incorporar nuevo repertorio. Y me parece que no hay otro sistema que el que estamos comentando.
Pero voy a ir un poco más allá. Había temporadas en las que los programas que tocaba obedecían a encargos, a aniversarios de compositores y a la famosa 'bandeja de mariscos' que ya cité. O sea, que no estaba tocando lo que quería. No me quedaba otra opción que reservar parte del tiempo para mí, para esas obras que ni siquiera he tocado en público pero necesitaba disfrutarlas. No todo tiene que ser para rentabilizar. Hay una necesidad primera (primigenia igual es un poco de resabiados) que nos lleva a ser músicos y no suele coincidir con el hecho de ingresar en el conservatorio. Es algo que se descubre más adelante, con el transcurrir de los cursos (salvo excepciones un poco repelentes). Si un día quisimos tocar el piano fue porque un impulso invisible nos empujaba. ¿Cuántas horas hemos pasado sentados ante el teclado, solos, aislados, pero felices? Y no estábamos solos, nos hacían compañía los mejores compositores de la historia. ¿Cuántas veces nos hemos levantado exhaustos contemplando admirados unas manos que por fin obedecían nuestros pensamientos? ¿No os sentíais poderosos? ¿No erais felices?  Entonces, ¿por qué lo dejamos? Me estoy refiriendo a una cuestión personal, privada. Se estudia y se toca para uno mismo, y después, si se puede, se comparte.
Pero no, siempre hallamos un motivo estupendo para no levantar la tapa. Si me pusiera a enumerarlos igual podría herir sensibilidades. No hace falta, no podemos engañarnos. Seguro que más de una noche hemos dado vueltas en la cama intranquilos.
Tenemos la solución al alcance, muy cerca. No lo dejemos para mañana, empecemos ahora mismo, y lo haremos por esa obra que durante tantos años hemos deseado tocar y nunca veíamos el momento. Y, muy importante, no nos vamos a rendir al primer inconveniente, ¿o creéis que los dedos no hay que engrasarlos? Recuperemos el placer de tocar por nosotros mismos, para nosotros mismos. No marquemos objetivos imposibles, también vale recoger ese repertorio que tantas alegrías nos dio igual no hace tanto y que..., ¡mira, las manos van a su sitio solas!

¡Venga, ánimo! Borremos la excusa eterna de nuestra cabeza y a tocar, que son dos días.

No hay comentarios:

Publicar un comentario