miércoles, 21 de marzo de 2012

Vamos de concurso

La idea de empezar a escribir este blog surgió con la coincidencia de varias circunstancias. Una de ellas fue la lectura de la excelente novela La hija del sepulturero de Joyce Carol Oates. La autora, que estudió piano, demuestra conocer el mundillo al comentar aspectos internos del concurso al que se presenta el prodigioso hijo de la protagonista, además de idolatrar la Sonata Appassionata, versión Schnabel. Me resultó inquietante comprobar la universalidad de los estados de ánimo de los pianistas y la transformación del carácter según se crece en edad y objetivos.
¿Es que no es posible disfrutar?, ¿es que un pianista tiene que estar continuamente malhumorado? A pesar de mis cincuenta añitos mi cabeza tiene frescas todas las sensaciones de los concursos a los que me presenté. Hubo de todo, pero, sobre todo, experiencias magníficas. A ellas me referiré pues para eso escribo.
En primer lugar es innegable la presión a la que nos sometemos, generalmente de manera voluntaria, al presentarnos a un concurso. Hay una diferencia notable con respecto a un concierto: no tocamos para el público sino para el jurado. Y, para colmo, por mucho que se empeñen en decirnos otra cosa, en el 99,98% de los casos, ganan la velocidad y la pulcritud. ¿La música...? La dejamos para otra ocasión (de ahí la expresión "es un pianista de concurso"). Entonces, ¿cómo nos planteamos la interpretación? Pues mi opinión es que como siempre, o sea, como si no fuera una competición. A ver si me aclaro y me explico: es un problema del jurado no de los concursantes. Tenemos que ir con nuestra mejor arma, que es la música. Si nos toca algún miembro (con perdón) capaz todavía de entusiasmarse con los jóvenes talentosos y que no lo flipe con las maquinitas, tendremos alguna oportunidad. Pero tenemos que ser nosotros mismos. Tenemos que mostrar nuestra preparación y nuestra capacidad. Es esa diferencia con los MIDI la que nos hará diferentes y merecedores de atención.
Otro aspecto interesante de presentarse a un concurso es el darse a conocer. Nos van a oír pero también nos van a 'ver'. Van a ponernos cara y nombre. Si la suerte nos acompaña, brotará la gota de aceite que lubricará el mecanismo invisible que empezará a difundir los comentarios a nuestro favor. Si los miembros del jurado son pianistas (¿acaso no es así?), tenemos que acercarnos a ellos para que nos justifiquen su veredicto. No en plan de pedir explicaciones, en absoluto, sino a que, ya que nos han juzgado, nos cuenten su opinión profesional. Se aprende mucho, de verdad, entre otras cosas, a que en muchos casos quienes nos han valorado no estaban cualificados para hacerlo. Pero cuando sí lo están, hay que sacarles una especie de clase particular.
Lo mejor que nos quedará de esta etapa será haber conocido a otros muchos concursantes. Ya he comentado lo importante que es relacionarse. Estamos todos en lo mismo y nos podemos ayudar. Una vez que hemos tocado y hay que esperar, viene la diversión. Es el momento de crear lazos, compartir, aprender, reírse de uno mismo, valorar la situación objetivamente y desfogar. Hablaba de la tensión: un concurso es eso, tensión, y si no la soltamos de alguna manera, estallamos (al libro de J.C. Oates me remito).
Un par de consideraciones más: el concurso nos sirve de manera muy personal para medirnos. Pone a prueba nuestro rendimiento y nos fuerza a alcanzar el límite de nuestras posibilidades. Ya sabéis, hay que contentar a demasiada gente por lo que tenemos que rozar la perfección. Y, por último, es posible conseguir contactos y futuros contratos si nuestro trabajo ha sido bueno. No pocos conciertos he dado en las ciudades en las que me presenté siendo un don nadie.

Resumiendo: la parte fastidiosa no nos la quita nadie, pero hay que superarla lo antes posible y no dejar que nadie nos cree ningún temor o incluso pretenda utilizarnos como tarjeta de visita. He conocido otra mentalidad, muy americana, de presentarse a cualquier concurso, grande o pequeño. Te acabas acostumbrando, te ruedas, te mueves, a veces incluso ganas, y no pasa nada, se le quita trascendencia. Es como una faceta más del estudio, como si nos pusiéramos una fecha tope para tener listo el encargo. Y eso es lo que hay que hacer, vivir los concursos con menos lastre y con más optimismo. Siempre ganaremos, aunque no nos toque (como el cupón).

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