miércoles, 15 de febrero de 2012

En ruta

Aún recuerdo el relato de una compañera de allende los mares sobre cómo el día que tenía un recital en su ciudad realizaba dos o tres paradas técnicas en otras tantas casas de amigos a estudiar un ratito, ¡para no olvidar lo que había estudiado y que las manos llegaran en forma! Me acordé del teclado mudo con el que viajaba Franz Liszt, pero eso eran otros tiempos.
De lo mejor que puede tener un concierto es el viaje. El medio preferido por mí fue, y digo fue porque ya casi es imposible, el tren. Pero no un cercanías, sino un largo recorrido, a ser posible, en coche cama (la litera empezó a agobiarme el día que me despertó una joven americana diciendo que "mi ruido no le dejaba dormir", o sea, que roncaba como un cochino jabalí). El traqueteo, la comodidad, el lento transcurrir del tiempo, el restaurante (vaya cena que me di en el trayecto Madrid-París), las estaciones, la noche tras la ventanilla... Debe ser que llevo sangre de ferroviarios.
El avión es imprescindible en según qué destinos, pero ahora prefiero el coche. Casi siempre voy acompañado, lo cual es más entretenido. Y, si la distancia es importante, empieza lo bueno.  Es fantástico cuando necesito salir con un día de antelación, día de absoluto relax. Las autopistas y autovías han logrado que el trayecto sea seguro, pero aburrido. Llevo a gala haber presenciado la construcción de casi todas las de España (con las incomodidades añadidas), pero, hasta entonces, sólo teníamos las carreteras nacionales, que atravesaban toda ciudad, pueblo y pedanía. Eso en línea recta. Si conocierais a quien me acompaña entenderíais que el mérito era llegar al destino, de tantos desvíos que proponía. ¡A la ida!, que es cuando tenía que tocar. A la vuelta ni os cuento.
Gracias a eso conozco montañas, valles, ríos, lagos, ermitas, el convento más pequeño del mundo, la única plaza de toros cuadrada de España, museos extravagantes, fábricas de chocolate, bodegas, acuarios gigantescos, la nieve, pueblos abandonados, minas, jardines botánicos, colecciones privadas varias, casas-museo de personajes ilustres, bibliotecas, catedrales, fósiles, planetarios..., además de lo propio de cada ciudad como monumentos, museos, calles peatonales (el silencio de las tres y media en cualquier pequeña ciudad siempre me ha atraído), tiendas curiosas, exposiciones, pastelerías...
Pero, ¿yo no tenía que dar un concierto? ¡Ah!, es que se me iba a olvidar todo de un día para otro y los dedos ya no iban a saber qué hacer.
Os puedo asegurar que cuando salí de fábrica no era así, para nada. No llegaba a la paranoia de aquella compañera pero sólo tenía pensamientos para el concierto. Tenía que descansar del viaje, no comer demasiado, llegar pronto a la sala, repasar el programa entero (¡entero!), volver a descansar un ratito, merendar escasamente para no desfallecer y presentarme ante el público como si se tratara de una competición de atletismo.
Poco a poco vas entendiendo que tocar es transmitir, y que cuanto más has vivido más tienes que decir. No he perdido la cabeza, que conste. Necesito llegar con antelación a la sala, probar el piano, parar un momento y centrarme. Pero da tiempo a todo. Podemos disfrutar de muchas cosas a nuestro alcance si planteamos bien el viaje. ¡Cuántas veces, por más que he corrido, he encontrado la sala cerrada! (O al afinador que no había podido ir antes).
Y también prefiero los viajes largos, a ser posible en gira de varios recitales, por los hoteles, las cenas con los anfitriones, ¡la primera cerveza de después!, los amigos de tantos años, las visitas inesperadas, la confianza acumulada, el hacer una vida distinta...
Sí, esto es bonito, tiene algo mágico difícil de explicar, pero somos nosotros mismos los que le damos ese sentido, está en nuestras manos. La ruta está para hacerla, para recorrerla y para vivirla. ¿Cuándo si no?

2 comentarios:

  1. Eres un puto crack!!! Si me oyera mi hija Julia me diría: "papá, eso no se dice...!" Y yo le respondería: "es verdad hija"... Pero son las primeras palabras que se me han venido a la cabeza cuando he leído tu último regalito.

    Un abrazo.
    Álvaro

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