viernes, 20 de enero de 2012

Algo más que notas

¿Qué nos diferencia de un mecanógrafo? La verdad, en demasiados casos, nada. Cuando recuerdo mi participación como jurado en concursos o mi asistencia a recitales de aclamados ganadores de premios internacionales, no puedo dejar de pensar en la perplejidad que me causaban. La única obsesión, por no decir el único mérito, consistía en no fallar nota alguna y que la velocidad alcanzase cotas preocupantes. La repetición mecánica de una obra (de arte) para lograr hacernos con ella, dominarla, sólo puede llevarnos a su ejecución mecánica. No exagero al decir que he sentido admiración por la facilidad con la que los dedos corrían por el teclado a la vez que decepción, asombro, al no recibir ninguna emoción. Y, ojo, que estos pianistas estaban tocando como querían, es decir, controlaban el resultado final. ¿Cómo es esto posible? ¿Cuántas veces hemos mirado el reloj para ver si quedaba mucho para terminar? Y algo que me indigna: observar cómo en una sala atestada de "profesionales" (lo digo sin sorna, sólo por agrupar todas las categorías) una actuación vacía de emotividad, de entrega, de mensaje, en definitiva, de música, es seguida con movimientos de cabeza, de sonrisas placenteras, de ojos cerrados para el mayor deleite. ¿De verdad alguno de estos maquinitas puede decir algo que no diga un buen reproductor midi?
Hasta aquí he omitido voluntariamente la palabra intérprete. Nuestra misión consiste en leer, estudiar y profundizar una obra para poder recrear a su autor, su intención artística para con dicha obra. Del conocimiento de su época, estilo, características no voy a hablar pues doy por hecho que forma parte del estudio y, en mayor o menor medida, se hace.
Pero, ¿qué ocurre con la vida? ¿Cómo se recrean emociones, vivencias, experiencias, intereses, gustos, aficiones, relaciones...? Sólo se me ocurre una manera: viviéndolas nosotros mismos. Tenemos que levantar la cabeza del piano. Tenemos que romper esa cadena (¿seguro que es invisible?) que nos ata a él. Tenemos que pegar carpetazo a la partitura de turno. Tenemos que poner la alarma del reloj o del móvil para terminar la jornada de trabajo. ¿Para qué? Para salir: salir a pasear, a tomar algo con los amigos, al cine, a ligar, al teatro, a comprar un buen libro para cuando no salgamos, a pasar el fin de semana en cualquier destino no conocido, a un concierto (¿por qué no?), a hacer fotos con la nueva cámara (o la vieja), a ver escaparates, a hacer la compra, a la playa, a hacer una ruta, a ver una buena exposición..., en definitiva, a relacionarnos, a comunicarnos, a vivir. ¿Hace falta que diga para qué? La música forma parte de la vida. Incluso hay quien afirma que la vida sin música sería un error (Nietzsche). Pues cuanto más vivamos plenamente más tendremos que decir y, a la vez, más disfrutaremos por lo vivido y por transmitirlo. Un buen amigo, que dejó la carrera en 10º, llegó a estudiar once horas diarias con las persianas bajadas para no ver la luz del sol y no pensar lo que se estaba perdiendo.
Seamos sinceros: ¿cuántas horas, días o semanas hemos llegado a desperdiciar porque teníamos que estudiar, porque teníamos el deber de estudiar, pero a la vez no teníamos ganas y no sirvieron para nada? ¿No habría sido mejor relajarse, distraerse, divertirse, despejarse, como se hace en las demás profesiones?
Nos dedicamos a la música. Al placer de los sentidos. ¿Realmente se nos nota? ¿Lo notamos en los pianistas tensos, nerviosos, malhumorados, autistas, bichos raros, autómatas...? Rubinstein fue un ejemplo de buen vivir, y no quita que trabajara a destajo, pero sabía parcelar su tiempo. En sus clases magistrales decía a los alumnos que tres horas diarias a conciencia bastaban. Nos quedan veintiuna para vivir. Si lo hacemos, hasta esas tres horas pasarán a formar parte de nuestra vida de una manera placentera y lo que salga de nuestro piano será algo más que notas, será música, será vida.

5 comentarios:

  1. A veces cuando he estado un largo periodo sin estudiar y de repente toco una obra del pasado se produce un momento mágico pero corto a la vez. Todo sale mejor que cuando en su tiempo la estudiaba con mucha profundidad y pendiente de todo. Se está más libre, la cabeza funciona mejor y se escucha el resultado como desde fuera. Desafortunadamente eso dura poco,sólo era una ilusión y comienzan las lagunas técnicas de no estar estudiando.Entonces empiezas a estudiarlo tomando otra dirección. La culmen de todo ese estudio es volver a ser libre, pero esta vez de verdad. Un beso, Inma.

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    1. Pues sí, lo difícil es tocar con la suficiente libertad y no estar pendiente de los problemas técnicos que cada obra conlleva. Evidentemente, tras un "largo periodo sin estudiar", nuestros dedos están faltos de gimnasia, pero no la cabeza, que gira sin parar. De ahí la sensación de que todo fluye fácilmente. Si nos quitamos los condicionantes mentales, si nos relajamos, si nos lo creemos, y, obviamente, estudiamos, estaremos en el camino adecuado. Y, por supuesto, no es una ilusión, es real.
      Besos.

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    2. bravo, maestro, un canto no a la música sino a la vida misma. Como tiene que ser.

      Un abrazo, y mucho ánimo a no parar con este nuevo reto. Porque parece que aquí hay mucho que contar.

      Carlos

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  2. Aprovecho para mandarte un saludo y la enhorabuena por esta magnífica idea. Acabo de anviar un correo masivo a mis alumnos ara informarles. Rocío Román

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